F 1/11/10 - 1/12/10 ~ Ministerio de Música Romanos 8.35

La luz del Santo nos cubrió y nos saco de las tinieblas.

jueves, 25 de noviembre de 2010

¿Cómo es nuestro Dios?


Creaste todas las cosas. Pero te muestras en un pedacito de pan. ¿Por qué no podemos verte y reconocerte en toda tu majestad? 



"...aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse". 


Nuestro Dios es un Dios diferente a todo cuanto podamos pensar o imaginar. Es amable y bueno, misericordioso, paciente. "El Señor es ternura compasión, lento a la cólera y lleno de amor"... "Él perdona todas tus ofensas y te cura de todas tus dolencias". Le gusta con nosotros ir despacio, en la medida de nuestros pasos. Deja crecer el trigo con la cizaña para no dañar el trigo. Paciencia. Ya vendrá el día en que separará lo bueno de lo malo. 

Hace poco conducía mi auto y recordé que en el Santuario Nacional del Corazón de María tenían expuesto al Santísimo. Así que me desvié del camino para pasar a saludarlo. 

- Eres Dios -le decía -. Creaste todas las cosas. Pero te muestras en un pedacito de pan. ¿Por qué no podemos verte y reconocerte en toda tu majestad? 

Entonces, por respuesta, vino a mi mente un pasaje de la Biblia:

"Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a ellos solos a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente, incluso sus ropas se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: ´Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para Ti, otra para Moisés, otra para Elías´. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aterrados". (Marcos 9, 2-6)
Jesús mío, ¿qué pasaría si te viésemos como realmente eres? Seguramente también quedaríamos aterrados, sin saber qué decir o hacer. Tu divinidad es demasiado para un simple mortal. 

Qué bueno eres, que te muestras tan sencillo y humilde, en algo que nos es familiar, a lo que no tememos; y que podemos, confiados, acercarnos a Ti. "Tú eres un Dios al que le gusta esconderse..." (Is 45,15)

Me ocurre a mí, que siento tu presencia; sé que estás allí, pero me acerco tranquilo, como si estuviera en medio de mi familia. Me siento cómodo cuando estoy contigo. No te veo como el Juez implacable que vendrá para juzgar a las naciones, sino como el Amigo Bueno, que se ha quedado con nosotros para darnos la salvación eterna.

Una luz que alumbra nuestros pasos


Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo. Y entonces, todo empieza a ocupar su lugar y a tener sentido. 


¿Cómo orientar bien la propia vida? ¿Cómo encontrar la luz necesaria para el camino? ¿Cómo distinguir, en el tumulto de mil voces discordantes, esa meta que da sentido a la propia vida?

En muchas ocasiones el corazón se plantea preguntas esenciales. La vida, con su marcha incontenible, puede encerrarnos en cosas pequeñas, inmediatas, pasajeras. El café necesita azúcar. Hay que conseguir gas para la cocina. Mañana vendrá el técnico para arreglar (esperamos) un cortocircuito.

Más allá de esas contingencias, sentimos el anhelo de algo mucho más grande, más noble, más bello; algo que sea definitivo, que dé sentido pleno a los actos buenos y que denuncie la maldad y la injusticia.

¿Quién nos guiará? ¿Hay respuestas claras y completas? ¿O sólo podemos contentarnos con luces frágiles que sirven para dar el próximo paso pero no permiten ver más allá de un horizonte provisional y siempre mudable?

A lo largo de los siglos, poetas y filósofos, artistas y soñadores, profetas y líderes del espíritu, han ofrecido respuestas más profundas. No todas pueden ser verdaderas, porque no caben en armonía afirmaciones tan opuestas como las de Marx o las de Buda, las de Nietzsche o las de Mahoma, las de Bentham o las de Séneca.

Si tuviésemos acceso a un auténtico maestro, si encontrásemos un hombre bueno que enseñase verdades eternas, si el cielo rompiese sus silencios para dejar entrever los deseos del Dios que hizo el sol y las estrellas...

Como el profeta, gritamos al Dios que parece guardar silencio: “¡Ah, si rompieses los cielos y descendieses...!” (Is 63,19).

Pero luego, con algo de vergüenza, confesamos la injusticia de ese grito. Porque podemos reconocer que Dios ya habló, que se hizo cercano, que caminó entre nuestros polvos y nuestras amapolas, que bebió en nuestros pozos, que hizo fiesta en los banquetes de bodas.

Sí: ya vino el Mesías, ya nos habló el Hijo muy amado del Padre, ya apareció esa luz que necesitábamos para nuestros pasos. “La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9).

Todo, entonces, empieza a ocupar su lugar y a tener sentido. Basta (es fácil, si vemos lo mucho que nos ama) con que nuestros actos tengan a Cristo como testigo y compañero (cf. san Máximo de Turín, Sermón 73). Basta con dejar las obras de la carne para acoger ese susurro que nos suplica: “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5,14).

Seréis como dioses


La ambición del hombre le puede conducir al error.


«Seréis como dioses» (Gen 3,5) fue el argumento decisivo que utilizó el demonio para que el primer hombre cayera en la tentación. El error humano, sin embargo, no consistió en querer ser igual a Dios.

En sí mismo esto no está mal; es más, Jesucristo nos invita a imitar a Dios y a ser perfectos como Él (cf. Mt 5,48) ¿A qué otra creatura mejor podríamos dirigir nuestra mirada para buscar asemejarnos? Si Dios es lo que es, entonces debe ser ciertamente el auténtico modelo que nuestra vida. 

¿Cuál fue entonces el error de Adán? Adán tenía una idea equivocada de lo que era Dios. Para él, ser dios significaba ser un patrón, dueño y señor de todo. Para su raquítica medida, la Divinidad era vista como omnipotente, omnisciente, gobernadora de toda la creación: un jefe y ya.

Este sería el concepto que el primer hombre tuvo del Creador; esto fue lo que quiso ser y precisamente en esta concepción reduccionista radicó su error. Adán no reconoció que Dios era en primer lugar y sobre todo Amor, y amor de donación, generosidad, entrega y sacrificio. No supo descubrir que la creación no era sólo un acto de poder y dominio inigualables, sino ante todo un acto de amor gratuito.

El secreto de este primer fracaso por ansiar conseguir cómodamente la felicidad estuvo en esa noción pobre y restringida de lo que era el Creador; y al error conceptual siguió el pecado del espíritu, la hybris (desenfreno).

Muchos siglos después de este relato bíblico, el ser humano no ha cambiado mucho y seguimos tropezando en la misma piedra. Queremos ser como dioses, pero dioses poderosos, justicieros, controladores de las leyes naturales y de la moral a merced de nuestra arbitrariedad y extravagancia. Queremos tener en nuestras manos la decisión sobre la vida, sobre la muerte.

Nuestra ambición se reduce a suplantar el lugar de aquel ser que, visto de modo erróneo, sería poseedor, dueño de todo, alguien que rige el mundo a su antojo; un dios que realmente no existe sino en las historias de la mitología griega: caprichoso, maniático, sensual.

Una visión así de lo Divino es propia de una religiosidad ridícula y pobre; una equivocación que lleva a confundir a los dioses paganos y sus vidas desordenadas y licenciosas con el Dios verdadero, a “Zeus” con Jesucristo. Por eso no podemos descubrir su verdadero rostro.

En medio de esta historia de desaciertos, vemos un claro de luz. Después de tanto bregar por una concepción verdadera de Dios ha tenido que venir Él mismo a decirnos la clave de interpretación de nuestras aspiraciones más profundas y anhelos más íntimos. Jesucristo no vino a darnos una “lectio magistralis” sobre el Creador. 

Simplemente pasó su vida amando y enseñándonos a vivir, a “ser como dioses”. «Dios es amor» (1Jn 4,8). Aquí comenzó una verdadera revolución; la mejor revolución que ha conocido la historia de la humanidad. Si queréis ser como Dios, si queréis ser auténticamente felices, debéis amar
Decía el Papa Benedicto XVI, en la misa de inicio de su pontificado: «No es el poder lo que redime sino el amor. Éste es el distintivo de Dios» (Benedicto XVI, 20 de abril de 2005).

Ya sabemos lo que nos hará felices, ya tenemos el camino trazado, la actitud auténticamente humana: amar. Tan bueno ha sido Nuestro Salvador con nosotros que al mandarnos amar (cf. Jn 13,34), nos orienta, nos “obliga” a ser felices. 
Amad y seréis como dioses, como Dios. Entonces seréis plenamente hijos suyos (cf. Mt 5,45-46).


Bautizar a los niños


Cuando preguntan, ¿Dónde en la Biblia dice que bauticen a los niños? Podríamos responder con otra pregunta: ¿Dónde en la Biblia dice que se bauticen sólo los adultos?  Pero además tanto la Biblia como la práctica de la Iglesia desde el primer siglo indican que los niños deben ser bautizados en la fe de sus padres. El bautismoes un don para la salvación de todos, incluso de los niños.
Algunos cristianos se oponen al bautismo de los niños porque estos no tienen uso de razón para aceptar la fe. Siguiendo esa lógica ¿Le pedimos permiso a los niños para darles la vida natural?, ¿Esperamos a que sean mayores para comenzar a educarlos? Claro que no. Cuando los padres le dan al niño el don de la vida y lo educan, no le quitan por eso la libertad. Al contrario. Le dan al niño la habilidad de poder en el futuro elegir.
La controversia sobre el bautismo de los niños está relacionada con el entendimiento que se tenga del bautismo.
El bautismo según algunos cristianos no católicosAlgunos grupos sectarios de la Edad Media (cátaros, valdenses) rechazaban el bautismo de los niños. En la actualidad, algunos cristianos, como los fundamentalistas, no bautizan a los niños antes del uso de razón (aprox. hasta los 7 años). Según ellos el bautismo requiere haber tenido una experiencia de conversión y haber "aceptado a Cristo como Señor y Salvador de sus vidas". A esta experiencia de aceptación le llaman "nacer de nuevo". Es el momento en que el adulto se hace cristiano y su salvación queda asegurada para siempre. Dicen entonces: “Estoy salvado”. Seguidamente reciben el bautismo pero no le reconocen valor salvífico. Para los fundamentalistas el bautismo no es un sacramento ya que no comunica gracia. Es tan solo una manifestación pública de conversión.
El bautismo según la Iglesia Católica
Jesucristo requiere instrucción y fe para los que se convierten (cf. Mat. 28,19–20). Por eso la Iglesia requiere un catecumenado para formar a quienes se bautizan de mayores. Sin embargo, los niños pequeños deben ser bautizados aunque aun sean incapaces de recibir formación. Razón: El bautismo es un don de Dios por el cual entramos en la vida de la gracia. Es regalo de Dios y no depende de ningún mérito. Cada uno debe responder y prepararse a ese don según sus posibilidades tomando en cuenta su edad y la capacidad. Los padres deben comprometerse a formar a sus niños bautizados en la fe con la ayuda de la gracia. En el bautismo se planta la semilla y después viene el crecimiento. El bautismo de bebés no les quita la libertad ya que más tarde podrán aceptar o rechazar la fe.
Que dice la Biblia:Jesús enseñó la necesidad de que todos se bauticen para obtener la salvación (Jn 3,5), la cual es un don. El no excluyó a los niños.
El bautismo es un don para todos, no solo adultos: San Pablo: "pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro." Hechos 2,39
Jesús dice: "Dejad que los niños vengan a mi" y  los pone como modelos para atener el Reino:"Le presentaban también los niños pequeños para que los tocara, y al verlo los discípulos, les reñían. Más Jesús llamó a los niños, diciendo: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis; porque de los que son como éstos es el Reino de Dios".  -Lucas 18,15-16, cf Mateo 19,14.
"Niños pequeños" (Lc 18,15), en el texto griego (original) es "brepha", que significa "infantes", es decir, niños de brazo que aún no tienen uso de razón. Jesús mismo dice que de ellos es el Reino de los Cielos. ¿Podemos nosotros prohibirle a los niños el bautismo, por el cual se entra en la vida del Reino?. El bautismo es para todos y cada cual se le pide el asentimiento que es capaz de dar según su edad.
El bautismo, según Pablo, remplaza la circuncisión (cf. Col. 2,11–12). Normalmente los judíos circuncidan a sus niños poco después de nacer, antes de que estén formados en la fe. De la misma manera un niño nacido en familia cristiana es bautizado poco después de nacer. Más tarde recibirá la formación en su fe según su edad, podrá cooperar con el don del bautismo que ha recibido y será libre para decidir si acepta o no el don de Cristo. 
En el caso de conversiones de adultos, judíos y católicos seguimos el mismo orden: Los judíos requieren que el converso acepte la fe antes de ser circuncidado. Los católicos requieren formación y libre aceptación de la fe antes del bautismo de adultos.
El bautismo de niños es la práctica de la Iglesia desde el principio. En la Iglesia del Nuevo Testamento, cuando la cabeza de la familia recibía el bautismo, se bautizaba toda la familia. Ej.: El carcelero es bautizado con "todos los suyos" (cf. Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16). No se encuentra en el Nuevo Testamento ningún caso en que los niños sean excluidos del bautismo ni tampoco hay un caso en que los hijos de cristianos sean bautizados más tarde.  
Testimonio de los primeros siglos Orígenes, escribió en el año 244A.D. que "el bautismo se le da a los infantes" (Homilías sobre Levítico, 8:3:11). El Concilio de Cartago, 253A.D. condenó la opinión de que el bautismo no debe darse a infantes hasta el octavo día de su nacimiento. Más tarde Agustín enseñó: "La costumbre de la Madre Iglesia de bautizar a los infantes ciertamente no debe ridiculizarse... ni se debe creer que su tradición es otra cosa sino apostólica" (Interpretación literal del Génesis 10:23:39 [A.D. 408]).

El bautismo nos comunica la salvación que Jesús ganó en la cruz y lava los pecados. Es un sacramento y es un don gratuito:
Desde el primer siglo la Iglesia ha enseñado que el bautismo es un sacramento por el cual recibimos la remisión de los pecados. Más sobre el bautismo>>>
"Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. -Juan 3,5
"Gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz"! -Colosenses 1,12
 "Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" -Hechos 2,38
"El bautismo que os salva y que no consiste en quitar la suciedad del cuerpo, sino en pedir a Dios una buena conciencia por medio de la Resurrección de Jesucristo" -I Pedro 3,21
"¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre." -Hechos 22,16

Ver también: 
Los que mueren sin bautizar.

De Nuestro Correo

Nosotros bautizamos ni adultos ni niños sino creyentes

Buen día Padre Rivero!
No estoy de acuerdo con varias posiciones e interpretaciones que ustedes [los católicos] le dan a la Biblia, una por ejemplo, el bautismo de los niños. Nosotros no bautizamos adultos ni niños, bautizamos creyentes. Un niño puede llegar a ser creyente en cierto tiempo de edad.  Además los católicos añaden algunos "complementos" a la Biblia.
Respuesta del Padre Jordi Rivero:Gracias hermano por escribirme. Comprendo que la posición de tu iglesia de no bautizar a los bebés y esperar a que puedan tener fe tiene lógica. Pero hay un granproblema con eso: Lo que parece lógico para el hombre no siempre lo es según la sabiduría de Dios. Esa sabiduría no se opone a la lógica sino que la transciende. Para comprender por qué la Iglesia bautiza a los bebés hay que entender varios puntos sobre el bautismo que encontrarás en mi artículo (tope de la página).

En cuanto a lo que tú llamas "complementos" a la Biblia, se trata de las enseñanzas de los Apóstoles recogidas por los Padres de la Iglesia (los pastores de los primeros siglos). Gracias a ellos podemos saber cómo se interpreta la Biblia desde el principio. Si lees la Biblia en el siglo XXI sin conocer la enseñanza de los Padres, tus "complementos" para interpretarla serán tu propia lógica guiada por el complemento de tu pastor y de tu denominación. Así ocurre en la interpretación del bautismo. Tú sinceramente lees la Biblia e interpretas según lo que dice tu iglesia que los niños no se deben bautizar. Pero no dice eso la Biblia sino que es tu interpretación.
La Iglesia católica no bautiza bebés porque se le ocurrió un día que eso es mejor,sino porque su entendimiento sobre lo que es el bautismo y quién debe recibirloviene de los Apóstoles. Fue a ellos a quienes Jesús les dio autoridad para enseñar y les comunicó la verdadera fe.

lunes, 22 de noviembre de 2010

¡Gracias, por quedarte en la Eucaristía!


El Señor conocía de sobra nuestra debilidad, nuestra flaqueza, nuestra soledad, nuestra necesidad de Él. 



En la noche bendita de aquel primer Jueves Santo, Jesús quiso quedarse con nosotros. Se iba, pero se quedaba al mismo tiempo. ¡Sólo Él, Dios verdadero, podía imaginar y realizar algo semejante! Sí. Jesús se va. Pero se queda. Cristo nos deja su presencia amorosa, misteriosa y divina hasta el fin de los tiempos, porque sabía que lo necesitaríamos en nuestras horas de desierto, de dolor, de soledad y de fracaso. Antes de ir a la cruz y a la muerte, antes de dejar esta tierra, quiso quedarse con nosotros para siempre en la Eucaristía. Porque nos ama. 

San Juan, en su evangelio, introduce de un modo solemne y emocionado la narración de la Pasión con estas palabras: “Antes de la fiesta de la Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Todo es fruto de su amor. Y estas palabras son la clave de interpretación para comprender todo lo que viene a continuación: sus sufrimientos, su cruz y su muerte en el Calvario. Por amor a nosotros.

Jesús nos dejará regalos grandísimos, extraordinarios en estas últimas horas de su vida. Éste es el primero: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros”. Es el regalo de su donación personal, de su ser entero. Nos deja su Cuerpo, se entrega totalmente a nosotros para redimirnos del pecado y darnos vida eterna. Y no se trata de un evento que sucedió hace dos mil años y que pasó. Cada Jueves Santo, más aún, cada santa Misa celebramos y revivimos este misterio: el misterio de su entrega, de su cruz y de su presencia; el misterio de nuestra salvación: “Ésta es mi Sangre, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”. ¡Cómo temblaría de emoción el mismo Cristo al pronunciar estas palabras creadoras! ¡Y cómo las escucharían, emocionados, sus apóstoles!

El Señor nos compró -como nos dice san Pedro- con su Cuerpo bendito y con su Sangre preciosa y nos rescató de nuestro vano vivir para darnos una vida eterna (cf. I Pe 1, 18-19) . Y permanece para siempre en el Tabernáculo, desde su puesto vigilante, amoroso. Desde allí nos acompaña, nos alimenta, nos fortalece, nos vivifica. ¡Gracias, Señor, por haberte quedado con nosotros en la Eucaristía!

El Señor conocía de sobra nuestra debilidad, nuestra flaqueza, nuestra soledad, nuestra necesidad de Él. Y por eso quiso quedarse, como un padre o una madre cariñosa, a nuestro lado todos los días de nuestra vida. ¡Qué bien lo dirían, pocos días más tarde, esos discípulos tristes y alicaídos de Emaús: “¡Quédate con nosotros, Señor, porque el día ya va de caída!” (Lc 24,29). Sí, el día de nuestra vida, de nuestras ilusiones, de nuestras esperanzas. A veces parece que se nos apaga el entusiasmo, se nos muere el amor, fallece nuestra confianza. ¡Y cuánto sentimos entonces la necesidad de la compañía dulce, amorosa y fuerte de nuestro buen Jesús! Pero Él no se ha ido. Está a nuestro lado; está allí, en el Sagrario, dispuesto a acogernos con los brazos abiertos para curar nuestras heridas, para enjugar nuestras lágrimas, para confortarnos en nuestras horas de quebranto. Somos nosotros quienes nos olvidamos de Él. ¿Por qué no acudir a Él con más frecuencia, no sólo en las horas amargas de la vida, sino también en las alegres para darle gracias, para alabarlo y glorificarlo? Y en estos días santos de su Pasión, estemos particularmente cercanos a Él para acompañarlo, para darle gracias, para amarlo y adorarlo con todo nuestro ser.

Oremos todos juntos, llenos de fe, de amor y gratitud con esta hermosa oración de un autor espiritual contemporáneo: 

«Te amo, Señor, por el gran don de tu Eucaristía, por el gran don de Ti mismo. Cuando no tenías nada más que ofrecer nos dejaste tu Cuerpo para amarnos hasta el fin, con una prueba de amor abrumadora, que hace temblar nuestro corazón de amor, de gratitud y de respeto. Nos dejaste tu último recuerdo palpitante y caliente, a través de los siglos, para que recordáramos aquella noche
en que prometiste quedarte en los altares hasta el fin de los tiempos, insensible al dolor de la soledad en tantos sagrarios. Sin más gozo que ser el eterno adorador inmolado sobre el blanco mantel; sin más consuelo que saber que eras el compañero de tus elegidos, que harías más breve su dolor desde tu puesto vigilante, amoroso. Porque conociste la soledad que iban a sentir los que siguieran tus consejos contrarios a las normas del mundo, bajaste a nuestras vidas para hacer perfumada, fecunda nuestra soledad (...). ¡Qué pobres serían nuestras vidas sin tu compañía! Nuestro Padre, nuestro Hermano, quieto rincón junto al que descansamos al final del vértigo de la jornada».

¿A quién recurro?


Cuando llegan, de golpe o poco a poco, los problemas de la vida, sólo Dios escucha cuando a nuestro alrededor no encontramos a alguien con paciencia para acogernos. 


Cuando llegan, de golpe o poco a poco, los diversos problemas de la vida, buscamos ayuda.

Esa ayuda puede ser especializada, puntual: si me duele la cabeza voy con un médico. Otras veces se trata de una ayuda más compleja, de tipo humano: si el jefe de oficina me crea dificultades veo si es posible encontrar una solución con el director ejecutivo de la propia empresa.

Si el problema es familiar, debido a tensiones por temas económicos o por conflictos que separan y hieren a unos de otros, es hermoso poder recurrir a alguien (el abuelo, un tío prudente, un hermano siempre disponible) para pedir consuelo, luz, consejos con los que sea posible afrontar la situación y vivirla, si no hay soluciones inmediatas, al menos con un poco de paz interior.

En los problemas del alma, ante la pena que produce reconocer los propios pecados, cuando abro los ojos ante ese egoísmo que me carcome, si el espejo empieza a denunciarme esas injusticias con las que he herido a otros, ¿a quién recurro?

Nos damos cuenta, entonces, que la medicina de los corazones sólo puede venir de Dios. Porque los familiares y amigos, los médicos y los psicólogos, el jefe de personal y el encargado de la oficina del banco, llegan sólo hasta cierto punto, pero nunca pueden ofrecer lo más esencial para el alma.

Sí: sólo Dios tiene la solución de los problemas más íntimos del hombre. Sólo Dios sabe lo que llevamos dentro. Sólo Dios perdona los pecados. Sólo Dios consuela cuando los médicos se rinden. Sólo Dios escucha cuando a nuestro alrededor no encontramos a alguien con paciencia para acogernos.

Por eso, cuando grito, con el Salmo, “¿de dónde vendrá mi auxilio?” puedo también hacer mía la respuesta: “Mi auxilio me viene de Yahveh, que hizo el cielo y la tierra” (Sal 121,1-2).

Como Pedro, en Galilea, llega la hora de gritar desde el don de la esperanza: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69).

¿Por qué tanta prisa?


Me gustaría detenerme en este mismo instante. ¿Por qué tanta agitación? Ya no se detenerme. Me he olvidado de rezar, se me olvida que estás ahí. 


Un día y otro día regreso a Ti, Señor. A veces no es continuo mi acercamiento porque hay “otras cosas” que me entretienen, que me ocupan y me olvido de Ti. Y hay ando queriendo ser yo la que arregla las cosas, ser yo la que les doy solución a los problemas pero sin tu ayuda....porque me creo suficiente.

Paso por momentos difíciles , me entra la angustia, el miedo, la tristeza, me veo débil, vulnerable, y es entonces que me acuerdo de Ti y se que tu siempre me estás esperando. Por fin, rendida de mis afanes, de mis luchas y muchas veces de mis equivocaciones... regreso a Ti. Vuelvo a recordar tus palabras: “ Vengan a mi, todos los que estén fatigados y agobiados por la carga, que yo les daré alivio” Mt.11, 28.

Hay días que todo parece hecho para sacarnos de quicio! Hay días que uno y mil detalles, pequeños quizá, nos ponen con los nervios de punta y sentimos que la paciencia se nos termina ante tanta contrariedad. 

Hoy, Señor, es uno de esos días.... Necesito que me ayudes, que des sosiego a mi alma, paz a mi mente que parece caballo desbocado y esa impaciencia me hace mucho daño.

Al abrir los ojos ante un nuevo día lo primero que debí hacer es poner mi mente y mi corazón para darte gracias, después pedirte. Pedirte sin temor de abrumarte. Es la manera de involucrarte en nuestro diario vivir. Tu como Padre bueno nos escuchas y sabes de todas nuestras necesidades, aún mejor que nosotros, pero quieres que te lo pidamos y así hacemos un diálogo directo contigo. "Pedid y recibiréis , llamad y se os abrirá"- nos dices. 

No siempre se cumplen nuestros deseos al pie de la letra pero hemos de estar seguros que alguna gracia nos llegará en lugar de aquello que pedimos con todo el corazón y no se nos dio porque los planes de Dios no siempre coinciden con los nuestros. Lo que siempre debemos de pedir con gran fe es que nos llene de paciencia para vivir el nuevo día que se abre ante nosotros. 

La paciencia es una virtud que hace que soportemos los males con mucha más aceptación. Dicen que la paciencia es más útil que el valor. Nos da la cualidad de saber esperar con tranquilidad las cosas que tardan en llegar y nos hace más llevadero todo aquello que nos alcanza y nos hace sufrir: enfermedades, reveses de fortuna, momentos de dolor y prueba, impotencia ante una amarga situación, etcétera. Todo esto con paciencia será mejor llevado y dará a nuestro diario vivir la paz anhelada. 

Mil cosas vendrán que pondrán a prueba nuestra dosis de paciencia. Por eso hay que tener un verdadero caudal, fuente inagotable de la que siempre podamos beber. ¡Qué no se nos acabe la paciencia! porque si ella se nos termina rápidamente ocupará su lugar en nuestra alma la desesperación, la irritación, el mal modo, el abatimiento, el enojo y tal vez la ira. La ira es uno de los pecados capitales que más nos desgarra el alma, nos convulsiona, nos enloquece hasta perder toda dignidad y compostura. Voy a ejercitar en todas las cosas mi paciencia.

En este mundo actual es una de las virtudes más difíciles de poseer y sin embargo es de las más necesitadas precisamente por la forma de vivir tan compulsiva y apremiante que tenemos.

La paciencia y la paz van siempre unidas. En mi caminar por la vida, si tu me ayudas Jesús, voy a encontrar y poseer una paciencia a prueba de todo y la paz se me dará por añadidura. Sé que no es fácil, ante ciertas circunstancias y personas tener paciencia, pero hay que pedírtela.


Señor ¿por qué a veces se me olvida que estás ahí? Todo el día corriendo para acá y para allá. Debo detenerme...

“ Señor, me gustaría detenerme en este mismo instante. ¿Por qué tanta agitación? ¿Para qué tanto frenesí?. Ya no se detenerme. Me he olvidado de rezar. Cierro ahora mis ojos. Quiero hablar contigo, Señor. Quiero abrirme a tu universo pero mis ojos se resisten a permanecer cerrados. Siento que una agitación frenética invade todo mi cuerpo, se agita, esclavo de la prisa. Señor, me gustaría detenerme ahora mismo. ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué tanta agitación?. (Hasta aquí una parte de su escrito para terminar así).Mi corazón continua latiendo pero de una manera diferente. No estoy haciendo nada, no estoy apurándome. Simplemente, estoy ante Ti, Señor. Y qué bueno es estar delante de TI. Amén." P. Ignacio Larrañaga


Ayúdame mi Señor, en todas las pruebas que me salgan al paso.

¡Y allí nos espera!...



Necesitamos vivir más la esperanza y mirar allá arriba, donde tenemos la Patria verdadera. Cristo y María, glorificados, nos dicien: ¡Animo, que aquí los esperamos!... 
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net

¿Cuándo hablamos de la Resurrección de Jesucristo, sólo el día de Pascua?... No. La Resurrección es tema de cada día. En la Resurrección de Jesucristo se cimienta nuestra fe, y por Jesús resucitado recibimos el Espíritu Santo que nos santifica y completa nuestra salvación. 

Esto nos debería pasar con la Asunción de la Virgen: no esperar al 15 de Agosto para hacer conmemoración de ella, sino recordarla siempre. 

Porque María Asunta es la figura de la Iglesia en su esperanza de la glorificación final y un avance de lo que Dios quiere hacer con nosotros. 

Aquel día en Jerusalén, donde residía la primera comunidad cristiana que había nacido en Pentecostés, había una alegría especial. Nadie se lo explicaba. Y nadie entablaba un diálogo como éste:
- ¿Sabes que ha muerto María?
- ¡Ay, qué pena! Con lo felices que nos sentíamos a su lado, cuando lográbamos arrancarle alguna noticia de Jesús.
- Sí, pues ya ves, se ha muerto...

La noticia corría de una manera muy diferente, y el diálogo se desarrollaba de otro modo:
- ¿No sabes? La Madre del Señor Jesús se ha dormido.
- ¡Qué feliz! Al fin se va a estar con Él para siempre. ¡Con lo que Ella suspiraba por este día!

Y María, la Madre del Señor Jesús, fue enterrada. Pero pronto comenzó a correr otra noticia que hacía aún más feliz el acontecimiento. Pedro, Juan, Santiago, a los que Pablo llamará columnas de la Iglesia, empezaron a propalar la noticia que a ellos les revelaba Dios:
- María, la Madre del Señor Jesús, ya no está en el sepulcro. El Señor se la ha llevado también en su cuerpo al Cielo, como antes se había llevado su alma bendita. 

Y los cristianos que vinieron después, seguros de lo que sabían, porque se lo iban transmitiendo unos a otros en aquella Iglesia madre de Jerusalén, levantaron en honor de María un templo al que llamaron La Iglesia de la Dormición. 

Porque todos estaban convencidos de que el sueño de María en el sepulcro había durado muy poco. No iba Jesús a esperar la resurrección final para despertar a su Madre de ese sueño que a todos nos espera. 

Aunque no sea hoy el 15 de Agosto, fiesta de la Asunción, nosotros recordamos el misterio con toda razón. Porque debe ser éste un pensamiento perenne, propio de todos los días del año. 

Necesitamos vivir un poco más la esperanza y hemos de mirar allá arriba, donde tenemos la Patria verdadera. Cristo y María, glorificados, nos van diciendo: -¡Animo, que aquí os esperamos!...

El cristiano, como nos dice San Pablo, tiene ya la cédula de identidad del Cielo, y allí está clavada su vida en Dios. 

Entonces, nuestro paso por la tierra está lleno de la vida celestial. 

Y la Asunción de María nos lo recuerda continuamente. 

En Ella ha avanzado Jesucristo lo que quiere hacer con todos los miembros de la Iglesia.

Entonces, María en su Asunción se convierte para nosotros en un signo. Lo que Jesucristo ha hecho con su Madre, el miembro más insigne de la Iglesia y modelo nuestro, lo hará también con cada uno de nosotros. 

Hoy necesitamos mucho la virtud de la esperanza en una felicidad del más allá. La técnica moderna ha puesto a nuestra disposición unos medios de disfrute de la vida muy grandes. Quienes los tienen, se apegan a ellos de modo que olvidan los bienes eternos. Quienes no los pueden tener, sienten el fracaso en sus vida. -¿Por qué los demás han de disfrutar de la vida y yo no?, se preguntan angustiados. 

No podemos negar la razón a estos angustiados, así como no dejamos de ver el peligro que entraña para los satisfechos el abandonar a Dios porque ya tienen aquí todo lo que ansían. 

Entonces, para los unos como para los otros, igual que para todos nosotros, la palabra de Jesús nos apunta nuestro destino final: -Cuando me vaya y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. 

¿Y no es éste un pensamiento que nos llena de paz y hasta de alegría verdadera? Es un pensamiento bello, aunque presintamos para nosotros el momento de la partida o bien el fin de un ser querido. 

Puesto que somos aquí como María, al final correremos la misma suerte que María.

Ella fue llevada al Cielo porque había sido la morada viviente de Jesús. No podía corromperse en el sepulcro la carne que dio carne a Jesús, el Hijo de Dios, el Resucitado.

Así nosotros, cuando nos vamos, tenemos el mismo fin que María, porque hemos llevado por la Gracia a Cristo dentro de nosotros. Por la Comunión también, lo hemos metido miles de veces dentro de nosotros en la realidad de su misma carne, aunque haya sido de una manera misteriosa, bajo la apariencia de pan. 

Si cada vez que nos deja un ser querido pensáramos de él como pensó de María la primera comunidad cristiana, nos daríamos cuenta de la mucha razón que tiene San Pablo cuando escribe que no debemos entristecernos como los que no tienen esperanza, sino mantenernos en una gran serenidad y hasta en la alegría. Porque la vida no se ha perdido. Al revés, se ha cambiado por otra mucho mejor....

Flp. 3,20. Col. 3,3. 1Tes. 4,12. Jn. 14,3.

Cuando el reproche llega con veneno


Recibir una herida puede hundirnos en el desaliento. Pero, si abrimos los ojos a la esperanza, Dios puede convertirla en comprensión y perdón.



Hay personas que tienen una especial habilidad para herir de palabra a sus familiares, conocidos o compañeros de trabajo.

Con ironías mordaces saben dirigir sus reproches hacia nosotros con puntería y precisión que llegan a fondo. Nos recuerdan un error del pasado, ponen ante nuestros ojos lo que hicimos o dejamos de hacer, denuncian nuestras actitudes (verdaderas o supuestas), buscan la palabra y el gesto más venenoso para humillarnos y, como a veces dicen, para ponernos en nuestro lugar.

Cuando llega el momento de sufrir por las embestidas de esas personas, surgen en nosotros sentimientos de defensa o deseos de revancha. Quisiéramos, en ocasiones, responder a la dureza con dureza, echar en cara a nuestro interlocutor los errores que también él ha cometido. Otras veces buscamos una defensa decidida, formulamos justificaciones más o menos buenas. No falta quien desea una fuga rápida: es difícil enfrentarse con quien una y otra vez nos ha humillado.

Si miramos ese tipo de situaciones desde otra perspectiva, podríamos aprovechar reproches envenenados para crecer en paciencia, humildad, comprensión, espíritu de perdón. Quizá nuestro interlocutor vive una situación difícil, y ha encontrado en mí una víctima en la que volcar sus penas (no de la mejor manera, pero así ocurrieron los hechos). O tal vez busca mi bien, aunque le falte habilidad para decir las cosas con cariño. Es posible que no perciba mínimamente el daño que produce en mi sensibilidad: hay corazones que han perdido la capacidad de medir sus actos, con o sin culpa: dejemos el juicio a Dios.

A quien sufre intensamente este tipo de situaciones queda la posibilidad de responder al mal con el bien, de preguntarse sinceramente para ver si no ha habido ocasiones en las que uno mismo ha caído en este tipo de actitudes agresivas hacia otros.

Recibir una herida puede llegar a ser, por desgracia, motivo para hundirse en el desaliento. Pero puede, si abrimos los ojos a la esperanza y descubrimos que Dios pide paciencia y mansedumbre a sus hijos, convertirse en motivo para avanzar hacia la comprensión y el perdón.

Cada uno afronta este tipo de situaciones desde la propia libertad. Aprender a hacerlo bien nos permitirá vivir con mayor paz, llevará a una curación más rápida (aunque permanezca dentro un dolor que no acaba de apagarse). Seremos entonces capaces de medir bien nuestras palabras para llenarlas con la bondad y la dulzura que quisiéramos también fuesen usadas con nosotros.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Muerte y esperanza cristiana


El hombre es un “ser para la muerte”, decía Martin Heidegger. Partiendo del presupuesto que en este mundo nadie tiene experiencia de su propia muerte, sino que sólo experimenta la muerte ajena, “del otro”, veamos “lo que dicen” los muertos para reflexionar después sobre lo que aporta la esperanza cristiana ante este “drama”. Y así, los difuntos en sus epitafios han dejado su última palabra. He aquí algunos de ellos:

“Como te ves, yo me vi. Como me ves, te verás. Piensa un poco y no pecarás”.

“Ay de aquel que nada espera más que el polvo sepulcral, pues roto el vaso mortal donde vive aprisionada, salva el alma o condenada, entra en la vida inmortal”.

“Revolucionario sin rencor”.

“Malditas las manos que roben mis flores”.

“No quiero, cuando me muera, nada con el otro mundo, quiero quedarme en la tierra. Quedarme sólo en la tierra sin paraíso ni infierno, ni purgatorio siquiera. Quedarme como se quedan, sobre el suelo humedecido del bosque, las hojas muertas”.

“Aquí la ambición termina, la tumba fría te espera con unas flores marchitas y el pijama de madera”.

“He cambiado de domicilio. Ahora habito en la Casa del Padre”.

“Gracias por su visita, perdonen que no me levante”.

“Estoy aquí en contra de mi voluntad”.

“Se vieron un momento aquí en el suelo, y sus restos unió la misma losa. Dios una así sus almas en el cielo, que es la última esperanza de consuelo, para quien pierde a par hijo y esposa”.

En unas pocas palabras quedan selladas distintas visiones del mundo, incomparables maneras de afrontar la vida y diversas actitudes al llegar a la muerte. En resumen, algunas reflejan vidas sin esperanza, otras sólo esperanzas meramente humanas y otras más una auténtica esperanza cristiana. 

¿Qué es, entonces, la esperanza cristiana? “Es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (C.I.C.1817).

La esperanza cristiana se convierte así en una certeza, porque Cristo nos ha dicho con su vida que la muerte no tiene la última palabra, que sólo es la puerta que nos conduce a la eternidad. Cristo nos invita a creer en Él, a trabajar duramente para que nuestros actos sean gratos a los ojos de Dios y a confiar en su misericordia infinita con la que quiere acogernos en la morada celestial.

La esperanza cristiana se puede manifestar concretamente al visitar los cementerios en el día de muertos para rezar por los difuntos. Esto, además de ser un acto de misericordia con las almas de los difuntos, nos puede ayudar para acrecentar en nuestra alma la esperanza de poder llegar un día a la Casa del Padre. 

Hay un proverbio latino que dice: qualis vita, finis ita. Ampliamente la podríamos traducir así: “como sea la vida, así será la muerte”. En los epitafios los muertos dejan sus últimas palabras, queda a los vivos esculpir durante su vida “epitafios de esperanza” y dejar al Dios misericordioso la Última Palabra.


Jesús perdona siempre



Aldo Moro era amigo de Pablo VI. Cuando las Brigadas Rojas secuestraron a Aldo, Pablo VI se ofreció como rehén para que liberasen a su amigo; pero Aldo fue asesinado. Las cuatro hijas de Aldo fueron a la cárcel en las Navidades siguientes, a llevar unos regalos y perdonar a los asesinos de su padre. Ante la pregunta de los periodistas qué es lo que hacían con este gesto una de ellas respondió: “lo hemos aprendido de Jesús”. 

Jesús dio la vida por todos, inclusive por sus enemigos. En él tenían cabida todos los seres humanos, en especial los más despreciados. El no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores y no pedía sacrificios, sino misericordia (Mt 9,13). Jesús practicaba y enseñaba a otros a practicar la lección más difícil: pasar haciendo el bien y perdonar y a Pedro le manda que perdone siempre (Mt 18,21). La reconciliación perfecta la hizo Jesús, él es el único mediador entre Dios y los seres humanos (1Tm 2,5). Él murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos, a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros (2Co 5,14-21). Cristo nos ha reconciliado con Dios “por medio de la cruz, destruyendo en sí mismo la enemistad...; por él tenemos acceso al Padre en un mismo espíritu” (Ef 2,14-18).

Jesús excusa y perdona a sus enemigos y así se lo pide al Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Hasta ese punto llegó el perdón de Jesús. Jesús no se dejó vencer por el mal, sino que venció al mal con el bien (Rm 12,21). Dice san Juan Crisóstomo: “En las guerras se considera vencido al que cae. Pero entre nosotros la victoria consiste en eso mismo. Nunca vencemos cuando nos portamos mal, sino cuando soportamos el mal con paciencia. La victoria más bella consiste en vencer con nuestra paciencia a los que nos hacen daño”. Jesús no fue enviado por su Padre como juez, sino como salvador (Jn 3,17); él nos revela que Dios es un Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que nada se pierda (Mt 18,12).

Jesús no sólo anuncia este perdón, sino que además lo ejerce y testimonia con sus obras que dispone de este poder reservado a Dios (Mc 2, 5-11). Jesús nos manda amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen (Lc 6, 27-35). Al perdonar ponemos la medida del perdón, pues con la medida que midamos se nos medirá (Lc 6,36-38).

Jesús tenía entrañas de misericordia y sus seguidores, al mismo tiempo que se sienten atraídos por él, tienen que comprender que la misericordia “es la única realidad que puede resumir e iluminar decisivamente todos los demás aspectos del mensaje cristiano” (B. Bro). Cuando Jesús se relaciona con el ser humano, especialmente con los necesitados y pecadores siente profundamente la misericordia. Los evangelios nos hablan de distintos momentos en que se le conmovieron las entrañas. Como ante el féretro del joven muerto en Naím o ante los ciegos de Jericó. La misma expresión es utilizada por él en el relato de la parábola del buen samaritano y del hijo pródigo.

Jesús sentía compasión cuando veía a las multitudes vejadas y abatidas, como ovejas sin pastor (Mt 9,36); cuando veía a los ciegos, a los paralíticos y a los sordomudos que de todas partes acudían a él, (Mt 14,14); cuando se daba cuenta de que las personas que le habían seguido durante días estaban fatigadas y hambrientas (Mc 8,2). Hay parábolas en las que habla del perdón. Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en su casa y se sentó a la mesa. Una mujer, que era pecadora en la ciudad, cuando supo que estaba a la mesa en casa del fariseo, llevó un vaso de alabastro lleno de perfume y comenzó a bañarlos con lágrimas y a limpiarlos con sus cabellos; le cubrió de besos los pies y se los ungió con el perfume... Como esta mujer amó mucho, se le perdonaron todos sus pecados (Lc 7,36-47). La parábola del deudor inexorable inculca con fuerza esta verdad (Mt 18,23-35), en la que insiste Cristo (Mt 6,4) y que nos impide olvidar haciéndonosla repetir cada día en el padrenuestro. 

Jesús presenta la misericordia fraterna como una buena disposición previa al perdón de Dios. Es necesario perdonar para que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas (Mc 11,25). El perdón fraterno aparece aquí como condición esencial previa para obtener el perdón de Dios. Lucas va mucho más lejos, parece dar por supuesto que cuando pedimos perdón al Señor hemos perdonado previamente a todos. Así decimos al Padre que perdone nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende (Lc 11,4). Realmente somos nosotros los que al perdonar ponemos la medida del perdón, pues con la misma medida que midamos, se nos medirá (Lc 6,36-38). Y hay que usar una buena medida para excusar los pecados de cada día, esos que van carcomiendo toda clase de amor. Éste muere, a menudo, por las continuas desatenciones, olvidos, genio, egoísmo.

San Pablo presenta el perdón como una consecuencia del perdón divino e invita a perdonar, (Col 3,13), a ser benignos y misericordiosos (Ef 4,32) y a que la puesta del sol no sorprenda en el enojo (Ef 4,26). 

Pedro pone como norma de conducta el no devolver mal por mal ni insulto por insulto; antes, al contrario, manda bendecir y amar siempre (1P 3,8-9). 

La reconciliación depende de cada persona, cada uno es libre para aceptarla o rehusarla (Mc 4,1-9); pero la reconciliación es, sobre todo, obra de Dios, él es el que realiza su obra, ensalza a los humildes y rebaja los soberbios (Lc 1,52-53). Quien perdona deja las ofensas atrás, apunta hacia nuevos horizontes, soslaya lo sucedido y propone una nueva relación al ofensor. 

Nos faltan palabras para alabarte


Consuelo de los afligidos
Hoy se buscan calmantes, pastillas contra el dolor, porque el dolor se ha multiplicado por todas partes. Cuando no son las enfermedades del cuerpo, son las tribulaciones del alma. El hombre de hoy, tú y yo, requerimos como algo urgente la mano que acaricia, el rostro que se inclina hacia nuestro dolor, el corazón que compadece y suaviza el sufrimiento. Necesitamos las manos, el rostro, el corazón de María. A todos los que sufren sin esperanza vayamos a decir que tienen una Madre, que los ama mucho..... 


Auxilio de los cristianos
Se requería esta ayuda porque, si el Demonio la trae con todos los hombres, principalmente se ensaña con los cristianos. Entrar en el Corazón de María es estar a salvo de todos los peligros. Y si en todo tiempo ha sido necesario este auxilio, hoy más que nunca, pues perece que todo el infierno ha salido de sus antros para hacer daño a la Iglesia y a los cristianos. Por eso, si invocar a María, rezar el rosario siempre ha sido necesario, hoy es de vida o muerte. A los que defienden lo contrario los veremos muertos por el camino, desangrados por ese vampiro infernal.


Reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas. Reina de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes. Reina de todos los santos.
Nadie quiere estar fuera de su reinado. Hasta los ángeles, que no son humanos, han pedio y obtenido tenerla como Reina. No como Madre, que ese privilegio sólo a los humanos ha sido dado. Pero al menos como Reina. Ningún ángel la llama con el tierno nombre de Madre, sino con el nombre respetuoso de Reina mía.
Los patriarcas y los profetas, que son los grandes del Antiguo Testamento están bajo su protección. Su grandeza ha quedado pequeña ante la Gran Señora y Reina. Así me imagino yo a Abrahán, a Moisés, a Isaías y a los demás besando respetuosamente las manos de quien llevó en ellas a Dios mismo.
Los grandes del Nuevo Testamento son los que entran en esta lista envidiable: apóstoles, mártires, confesores, vírgenes. De todos es la Reina, la que los supera a todos, la que les ha dado la fortaleza en sus batallas, la que les ha guiado hasta el cielo y hasta la santidad. Reina de muchos, Reina de los mejores, porque eres la Mejor de todos.
Reina de los santos. Podría ser reina de ti y de mí, si llegamos a ser tales. Hay que ganarlo con esfuerzo. La posibilidad está abierta, mientras dura la vida. Todos los santos han amado de manera particular a su Reina. Y Dios los premia de manera muy especial en el cielo, por haber honrado tan hermosamente a su Joya. 


Reina concebida sin pecado original
El privilegio de la Inmaculada Concepción. Estamos muy de acuerdo con que Dios hiciera una excepción con su Madre, que también es nuestra Madre. Nuestra Madre nació igual a nosotros en todos menos en el pecado original. ¡Bendita Tú, que no pasaste por la amargura del pecado! Así, no manchada por nada, puedes ayudar más eficazmente a los manchados con todos los pecados. Vemos que los doctores y enfermeras se ponen guantes y tapabocas para no contagiarse y poder curar mejor. María no necesita de eso. No necesita antivirus. Más bien los virus mueren en el acto en su presencia. A veces podría uno pensar que, como uno es pecador, si intenta tocar o dar un beso o una flor a María la contamina. No es cierto. Ella no se contagia de nuestra basura, sino que nosotros nos contagiamos de su pureza y de su santidad.


Reina elevada al cielo
Esto está defendido en un dogma, el de la Asunción. Alguien de nuestra raza, alguien muy especial ya está en el cielo en cuerpo y alma. Nuestra Madre nos dice que es verdad lo de los nombres escritos en el cielo; nos dice que vale la pena sufrir todo con tal de ganar el cielo. Nos anima, nos ayuda a conseguirlo. Puedes estar seguro de que para conseguir que tú vayas al cielo María Santísima hará todo lo que está en su mano para lograrlo, lo está haciendo. Déjala hacer, deja que te lleve al cielo, no la estorbes con tu ingratitud.
¡Qué alegría tan profunda y tan pura nos da el saber que nuestra Madre está ya para siempre en el cielo, eternamente feliz..! Solo faltamos nosotros. Ella lo sabe y ruega a diario para lograrlo. Suplica a su Hijo que tenga misericordia. En fin que, si bien fue Jesús el que me mereció la redención, será mi Madre la que al fin lo obtenga. ¡Gracias infinitas, Madre!


Reina del Santísimo Rosario
Es una Madre que nos pide rezar el Rosario. Es Ella y no algún fraile disgustado. Porque Dios mismo ha prometido gracias realmente excelentes. Si rezando el rosario todos los días se obtiene el cielo, díganme si vale la pena rezarlo. Desapreciar esta oración es despreciar a María y despreciar a Dios. Una de las mejores cosas que se pueden hacer es, precisamente, rezar el rosario y hacer que otros lo recen. El Papa instituyó un año del rosario. Nos consta que lo reza diariamente. Todos los grandes santos han sido devotos de María y han tenido un gran aprecio por la oración que más le gusta a la Madre de Dios.


Reina de las familias
Es un título que faltaba en las letanías y que Juan Pablo II se encargo de añadir. Las familias tenían necesidad de una Reina. Y una Reina fuerte, que fuera parte de una familia, abogada y defensora contra un enemigo abiertamente declarado contra las familias, el Demonio. Hoy tiene el maléfico pensamiento de destruir la familia. Y ya ha hecho bastante mal. Pero se le enfrenta su eterna rival, María Santísima. Todos somos miembros de una familia y todos queremos que las familias se sostengan en el amor y en la unidad. Invoquemos a la Reina de la Familia.


Reina de la paz
Tan necesaria en nuestros tiempos. Si invocáramos más a María, si rezáramos el rosario con más frecuencia y devoción se acabarían las guerras, todas las guerras. Está prometido. Pero no lo creemos. Seguimos tercamente empeñados en pelear con nuestras piedras, flechas, espadas, cañones y bombas.
A su Hijo se le llama entre otras cosas, Príncipe de la paz. Pues bien, este príncipe, cansado de que no le hagamos caso, nos ha dicho insistentemente: “ Si quieren la paz, hagan lo que Ella les diga”. Él nos ha pedido que recemos el rosario. Dios mismo ha prometido paz a cambio de rosarios.
María es una Reina bellísima, muy poderosa. María es una Madre amorosísima, la mejor de todas. María es la delicia de Dios. María es la flor más bella que ha producido la tierra. Su nombre es dulzura, es miel de colmena. Dios la hizo en molde de diamantes y rubíes, y luego rompió el molde. Le salió hermosísima, adornada de todas las virtudes, con sonrisa celestial. Y, cuando moría en la cruz, nos la regaló. Esa mujer es mi madre bendita...

Alabanzas a La Santísima Virgen


Rosa mística
Esta letanía la comprenden quienes aman las flores y son capaces de extasiarse ante alguna de ellas. Pues, bien, María es una flor bellísima, la más bella de todas. ¿Te gustan las flores, una rosa, un clavel...? María es una rosa que no se marchita, perfumada siempre, que nos hace mirarla, quererla como la flor más hermosa. La mejor rosa que ha producido la tierra.
Todas las bellas flores acaban marchitándose, no pueden mantener su encanto sino por un tiempo reducido. María ha florecido en el jardín del cielo y no se marchitará jamás. Por eso produce una ilusión perenne, un éxtasis eterno, una ternura inacabable.

Torre de David
La comparación se refiere a la muralla que rodea y defiende la ciudadela de Jerusalén, la Ciudad Santa. Una torre en la muralla es la parte mas fuerte. Así se quiere comparar a María como un bastión inexpugnable en la Iglesia, la nueva Jerusalén, una fuerza imbatible contra los enemigos de Dios y de nosotros, sobre todo del enemigo eterno de Dios y de los hombres, el Diablo. Contra la Torre de David nada puede el Demonio. Lo sabe desde hace mucho tiempo. Por eso él odia a María con todas sus fuerzas y a los hijos de María. Contra Ella y contra Dios nada puede, pero sí puede contra sus hijos. Ahí se centra su venganza. Se podría decir que ahí está la debilidad de Dios y de la Santísima Virgen. Pero depende de nosotros. Si estamos cerca de María no hay nada que temer. Si nos alejamos de Ella, hay que temer todo, y con razón. 

Torre de marfil
El marfil es un elemento muy valioso, muy cotizado. Esto pone en serio peligro de extinción a los pobres elefantes que lo producen en sus colmillos. Se quiere significar que María está hecha de material precioso, de virtudes celestiales, de santidad, de pureza. 

Casa de oro
Nuevamente se habla de un mineral precioso, el rey de los metales, el oro. Si una casa se construye completamente de oro, su valor es incalculable. Queremos decir que María vale más que el oro, vale tanto que no tiene precio en los mercados. Por ninguna criatura ha apostado Dios tanto como por María. La valora tanto que la ha hecho su Madre. Y nos valora tanto que la ha hecho nuestra Madre. Aquí podemos comprender el amor de Dios a nosotros. La casa de oro se llama María de Nazareth y se llama nuestra Madre. 

Arca de la alianza
El Arca antigua de la Alianza era respetada fuertemente por los judíos, por una razón; encerraba las dos tablas de los mandamientos que Dios había revelado a Moisés. María encerró no las tablas de los mandamientos sino a Dios mismo, el autor de la Antigua y de la Nueva Alianza. De ahí que la veneración hacia Ella se alarga y se eleva casi hasta el infinito.
Rezar las letanías con devoción es como ir llenando un cántaro, el de nuestro corazón, de más amor, alegría y admiración. Al final, el cántaro se ha llenado de todas esas hermosas realidades. ¡Qué diferencia de los que las rezan sin amor, distraídos! Su cántaro se llena de nada.

Puerta del cielo
Si el cielo es la felicidad eterna, el lugar donde reside Dios y donde estamos destinados a vivir felices por toda la eternidad, la puerta de entrada es muy importante. Resulta que la puerta se llama María. Al cielo se entra por María. Quien ama a María, quien le tiene gran devoción, tiene el boleto asegurado y la puerta abierta para entrar. 
Su sí a Dios abrió la puerta que estaba cerrada. Ella nos abrirá la puerta de la felicidad eterna; nos dará un abrazo cariñoso. y nos presentará a Jesús y al Padre. ¡Cuanta ilusión me da el pensar en ese momento!
A medida que conocemos a la Virgen, nos vamos enterando de su gran importancia en esta vida y en la otra vida. María nos es completamente necesaria e indispensable. Y los que opinan de otra manera, muy su opinión, que respetamos, pero andan muy equivocados.
Abrir la puerta, y encontrarnos con María Santísima es el comienzo del cielo, su preludio, el inicio del éxtasis eterno que comienza...pero no terminará jamás...

Estrella de la mañana
Lucero que precede a la salida del Sol, de Jesús. Estrella del Mar, que orienta a los que andan perdidos. Me llama mucho la atención la devoción que tienen a la Virgen los marineros de muchos puertos. Ellos saben de tormentas, de difíciles momentos pasados en alta mar. Por eso saben también invocar con todas sus fuerzas a la Estrella del Mar.

Salud de los enfermos
María lleva en sus manos y en su corazón la salud, tan necesaria para vivir en plenitud. Por eso, uno de los momentos en que más se invoca a María por parte de todos sus hijos es en la enfermedad. Uno de los momentos en que más necesitamos invocar a María es en los momentos de dolor. Y cuando más se acerca a sus hijos como buena madre es en esos dolorosos momentos...
Salud de los enfermos del alma. Sabe curar enfermedades del cuerpo, pero sobre todo del alma. Ella sabe otorgar algo tan grande como la salud, la paciencia y el amor en la enfermedad. Como buena Madre está a la cabecera de sus hijos enfermos. Y sobre todo en la hora de la muerte. Todos los buenos cristianos mueren en brazos de su Madre, de María. Y morir así, no es triste, todo lo contrario. Cada uno de nosotros nos preparamos la propia muerte. Si queremos morir en brazos de María, digámoselo. 

Refugio de los pecadores
Es muy importante que lo sepan todos. El pecador se siente muy solo, terriblemente lejos de Dios y de los hombres. Pero hay un refugio seguro, donde vive una persona muy querida, muy nuestra, tan nuestra que es nuestra Madre. También en el pecado sigue siendo nuestra Madre. Es cuando más la necesitamos, cuando Ella sabe que la necesitamos más. A cuantos ha salvado, incluso en el último instante. No desesperes, mientras exista María. 
Un recado urgente, un S.O.S. para todos los que han perdido la esperanza: Mientras exista María Santísima, hay remedio para todos los males, hay perdón para todos los pecados. De todos los títulos hermosos que tiene María, este es el más querido y más aprovechado precisamente por ellos, los pecadores.
Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Quien reza frecuentemente el rosario hace esta petición miles de veces y quien hace una petición miles de veces, la consigue. Mira por donde el rezo del rosario tanto tendrá que ver con nuestra salvación eterna.
Todos conocemos aquella bella reflexión :“Yo les cierro la puerta...pero tu Madre les abre la ventana”. Si tienes miedo de Dios, no lo tengas de María. La Virgen María, la Immaculada, la Madre de Dios no tiene repugnancia de besar las llagas purulentas de sus hijos enfermos.


Una sonrisa de María vale más que todos los cariños


Virgen poderosa
A la más poderosa de las Reinas, Dios no le niega nada. Se le llama La omnipotencia suplicante. Semper vivens ad interpellandum pro filiis suis: Que vive siempre para interceder por sus hijos.
“No tienen vino”, dijo en una boda. Y qué vino más exquisito se bebió en Caná. Los que se acogen a Ella no deben tener miedo a nada. Ni al demonio, ni a la muerte, ni a los peligros.
El rosario parece una oración frágil, y como propia de abuelitas, pero Dios ha querido que sirva para detener los cañones y las bombas. La tierna Virgencita es el terror del infierno entero. Por eso los devotos de María no tienen nada que temer.
Buscar una alianza perpetua con María de Jesús equivale a ser inexpugnable en la lucha por el cielo. Ella es la puerta del cielo y la causa de nuestra alegría. Los hijos de María son personas muy alegres, como su Madre. No se explica que los hijos e hijas de María Santísima se dejen morder por la serpiente de la desesperanza y del temor. No tienen ningún temor.

Virgen clemente
Lo aprendió de Jesús. Es la Madre del Hijo pródigo. Sabe curar las heridas, consolas las penas, enjugar las lágrimas, suavizar todo, perdonar todo. Como Ella no debe juzgar, sólo perdona e intercede por sus hijos.
Cualquier madre es clemente, pero María más que todas juntas. Buena falta nos hace, pues la clemencia la requieren los malhechores. Hemos de saber que los tales no son los que andan en las cárceles, pues cada uno de nosotros, sumando todas sus maldades es un verdadero malhechor que necesita clemencia.. Cuando María intercede ante el Juez divino por uno de sus hijos, obtiene el perdón.
Oh Madre del Hijo pródigo, que aprendiste de Jesús a perdonar, a hacer una fiesta cuando éste regresa a casa. He huido de casa muchas veces, creyendo ingenuamente que sin Dios la vida es más atractiva y emocionante. Cuantas veces he regresado a casa herido, decepcionado, miserable. Tú has sido, junto con Dios, la que me ha puesto un anillo en el dedo, nuevas sandalias a mis pies descalzos, una túnica, y has mandado hacer la fiesta del becerro gordo. Si en el corazón de Dios hay más alegría por un pecador que se convierte, también en el tuyo una de las más grandes alegrías es la de recuperar un hijo perdido, un hijo muerto.
Hay un momento crucial en el que clemencia me es absolutamente necesaria: el día del juicio particular. No dejes de asistir, como abogada defensora, a la cita definitiva en la que se decide mi eternidad. 

Virgen fiel
Es uno de sus títulos más grandes. La fidelidad hecha carne de mujer. Fidelidad a Dios, demostrada en su fórmula favorita: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Fidelidad a sus hijos; aún a los hijos que se pierden los ha amado hasta el último segundo de su vida.
Estaba junto a la cruz... Ella no cayó en la tentación del sueño como Pedro y sus compañeros.
¿Qué más se te podía pedir, Virgen Fiel? Todo lo diste.

Espejo de justicia 
Espejo de santidad...Es la Inmaculada. El tres veces Santo se refleja en Ella como en un espejo.
Pero no es espejo que, cuando la imagen desaparece, también del espejo desaparece. María es, más bien, una copia muy bien hecha, del Modelo, la más perfecta, hermosa y fiel que se haya dado. María nos aventaja con mucho. Irradia la santidad, la transmite. Quisiera que todos sus hijos se parecieran a Ella. Con más verdad que san Pablo puede decirnos:”Hijos, sed imitadores míos, como yo lo soy de Jesús”.
Debemos parecernos a nuestra Madre. “Sed santos como yo soy santa”, podría decir, al estilo de Jesús. Cualquier virtud adquiere un brillo y un encanto particular en María. Ella no hace amables practicar dichas virtudes. Es una Maestra incomparable que hace amar y apasionarse por la vida cristiana. Queremos ser discípulos en tu escuela, María.

Trono de sabiduría 
Lugar donde se asienta la sabiduría. La sabiduría del arte de vivir: Maestra del vivir, porque es maestra del amor. Vivir, en su esencia más alta, es amar. Maestra en el arte del amor: Madre del amor hermoso se le llama. Maestra de todas las virtudes cristianas: Enséñame a ser un discípulo excelente.
Por ser la mejor discípula de Jesús se convirtió en la mejor Maestra de los hombres.
Ella nos enseña la sabiduría más alta, la de cumplir la voluntad de Dios, de la santidad. De acuerdo a la frase: “El que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”.
Nos enseña la verdad de Dios en las Escrituras. Nos ha dado al Verbo, la Palabra de Dios, de una forma en que le podemos tocar, abrazar, mirar, comer. “Haced lo que Él os diga”. Esta frase pronunciada en las bodas de Caná resuena en todos los corazones de los cristianos. Si le hiciéramos más caso a Jesús, nos iría mucho mejor.
Es una sabiduría humilde. No es fácil hallar sabios humildes, porque la ciencia suele hinchar. María nunca reclamó a su esposo nada, nunca insistió en las preguntas, aceptaba las respuestas que le resolvían solo en parte los misterios. 

Causa de nuestra alegría
Ella lo sabe. Se lo recordó a Juan Diego. “¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la causa de tu alegría?”
¿Quién es esa persona? ¿Dónde vive? ¿Cómo se llama? Me muero por verla.
El que se junta con María es un ser alegre por contagio. Porque Ella contagia la alegría a los hijos de Dios.
Su sí a Díos abrió la puerta que estaba cerrada. Nos abrió la puerta de la felicidad eterna. Nos dará un abrazo y nos presentará a Jesús y al Padre.¡Qué ilusión me da el pensar en ese momento!
Las legítimas alegrías humanas tienen color y sabor mariano. Pienso en la sonrisa de María; lo más entrañable de su rostro. Una sonrisa de María vale más que todos los cariños humanos del mundo, por hermosos que sean. 

Vaso espiritual, vaso digno de honor, vaso insigne de devoción 
Se habla aquí de los vasos sagrados, como son el cáliz y la patena. María es un vaso sagrado, como una patena que ha encerrado al Verbo en sus entrañas; es un cáliz precioso, porque encerró en sus venas la sangre de Jesús, la que se derramaría en Getsemaní, en la flagelación y en el Calvario.
Vaso digno de ser honrado por todos. A María no se le puede faltar al respeto, es una ingratitud y una grosería sin nombre. Pienso en los que, con la Biblia en la mano, predican que María no es la Madre de Dios. Al llegar al cielo, les va a abrir María la puerta. Antes que nada tendrán que pedir atentas disculpas. Y al presentarse ante Dios las disculpas deben ser muy serias, porque, aunque de buena fe, toda la vida dijeron que la Madre de Dios no era su Madre. Eso es muy fuerte.
Cuando se habla de devoción a la Santísima Virgen, a esto se refieren. Por eso los que sinceramente tienen una gran devoción a María están en el justo y recto camino. Dios los bendice y los premia. Amar y bendecir a su Madre, es amarlo y bendecidlo a Él mismo. Si Él dijo: “Todo lo que hacéis a uno de mis hermanos más pequeños me lo hacéis a Mí”, ¿qué decir cuando se lo hacen a la hermana más grande y a su misma Madre? Se lo hacen a Él en persona. No tengan miedo, por tanto, los que aman a María, Madre de Dios. Sepan que cuentan con la bendición de Dios.
Vaso insigne de devoción, es decir que merece nuestra devoción, amor y cariño como nadie.