F 1/12/09 - 1/1/10 ~ Ministerio de Música Romanos 8.35

La luz del Santo nos cubrió y nos saco de las tinieblas.

jueves, 31 de diciembre de 2009

La noche vieja



¿Qué pasó con aquellos deseos que brotaron en nuestro corazón al terminar de oír las doce campanadas y nos hicieron decir: "¡Ahora sí, este año sí!

Suenan las campanas en el reloj.

Son las 12. Las 12 de la noche.

Parece que los meses del año que termina, con sus días y sus horas se columpian en cada una de ellas… Doce meses, doce campanadas. El año se va. El año se acaba. Se esfuman los doce meses como en un conjuro de tiempo y eternidad. Los tuvimos en nuestras manos paro ya no volverán.

Fueron instantes nuestros, únicos e irrepetibles, vividos dentro de nuestro libre albedrío, hora tras hora y ahora se van, perdiéndose en la noche última del año. La noche vieja.

El poeta dice:

El indivisible tiempo
lo hemos dividido en años
y así decimos que pasa
cuando nosotros pasamos.

Así es, decimos que el tiempo se va cuando somos nosotros los que nos vamos. Decimos que el tiempo corre, que el tiempo vuela, pero los que corremos, los que volamos sobre el tiempo somos nosotros. El tiempo siempre está, el tiempo ni tiene tiempo, ni es joven ni viejo, nosotros si.

Las 12. Es Noche Vieja. Un año nuevo está por comenzar.

Las 12 horas del 31 de diciembre. ¿Qué hicimos con estos trescientos sesenta y cinco días? ¿Qué dijimos, qué pensamos una noche como esta pero del año pasado? ¡Cuántos planes, cuántas promesas, cuántos propósitos! ¿Somos los mismos de aquella noche de otras muchas noches o sentimos que fuimos limando las aristas de nuestro carácter, rellenando "baches" en los que caíamos una y otra vez, quitando obstáculos, que quizá amábamos pero que nos hacían tropezar en nuestro plan de ser mejores como seres humanos en nuestra plenitud y dignidad? ¿Qué pasó con aquellos deseos vehementes que brotaron en nuestro corazón al terminar de oír las doce campanadas y nos hicieron decir: "¡Ahora sí, este año nuevo sí!

Poco a poco se nos fueron aminorando las fuerzas, el entusiasmo, y llegó esa desgana o indiferencia por las cosas. La bruma de la rutina nos envolvió en sus días grises y nos heló el corazón y el coraje.

O no fue así… y sentimos que sí ha habido un cambio positivo. Que el sol del amor nos arropa y podemos repartir el calor que hay en nuestra alma a los demás. Que estamos en pie de lucha, que las 12 campanadas resuenan en nuestro corazón como el tañer de las campanas de la ermita invitándonos a orar.


Que cada campanada se un:

Perdón y gracias, Dios mío, me estás regalando otro año para crecer en la fe y en el amor a Ti y a los demás. El tiempo pasado está en Tus manos , el que comienza en las mías, pero quiero que Tu me acompañes a vivirlo!.


Y con el año que se va y el nuevo que comienza, en esta Noche Vieja, la más vieja del año, recordamos al poeta que nos dice:

Un año más, no mires con desvelo
la carrera veloz del tiempo alado
que un año más en la virtud pasado
un paso es más que te aproxima al cielo.

Y siguiendo con los versos terminaremos esta pequeña reflexión con uno que una noche como esta me inspiro:

Esta noche es "noche-vieja"
y yo hago un alto en mi camino,
sentada bajo la luna
abro mi alforja y la miro.
¿Qué es lo que tengo en ella?
Oro y plata:-Te lo cambio
por la sonrisa de un niño.

Quiero caminar descalza
por lo prados con rocío
quiero soltar mis amarras
y extender libre mis alas
y sentir mi poderío.

Poderío y libertad
olvidando el claro-oscuro
de ambiciones que esclavizan
tan pesadas como un yugo.

Esta noche es "noche vieja"
tengo el alma transparente,
cuando llegue el año nuevo
que me encuentre en la vereda
como quién vuelve a nacer,
sin sandalias ,sin alforja,
con la piel limpia de luna
las estrellas en mi pelo
y cantando el "aleluya".

Esta noche es noche vieja,
y yo tengo el alma nueva…
¡quién lo pudiera creer!

Un año nuevo, no es cualquier cosa.



Todos desean a los demás y a sí mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo.


Empezar un nuevo año, como si fuera cualquier cosa, es una enorme torpeza. Un año de vida es un regalo demasiado grande para echarlo a perder.

¿Alguna vez has sentido en lo más hondo de tu ser ese deseo profundo y enorme de mejorar o de cambiar? Si es así, no dejes que el deseo se escape, porque no todos los días lo sentirás. Si hoy sientes esa llamada a querer ser otro, a ser distinto, atrápala con fuerza y hazla realidad.

El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor año de la vida, porque el que se proponga convertir éste en su mejor año, lo puede lograr.

El año nuevo es una oportunidad más para transformar la vida, el hogar, el trabajo en algo distinto. «Quiero algo diferente, voy a comenzar bien; así será más fácil seguir bien y terminar bien. Quizá el año pasado no fue mi mejor año, me dejó un mal sabor de boca. Éste va a ser distinto, quiero que así sea; es un deseo, es un propósito, y no lo voy a echar a perder.

Tengo otra oportunidad que no voy a desperdiciar, porque la vida es demasiado breve».

¿Quién es capaz de decir?: "Desde hoy, desde este primer día, todo será distinto" En mi hogar me voy a arrancar ese egoísmo que tantos males provoca; voy a estrenar un nuevo amor a mi cónyuge y a mi familia; seré mejor padre o madre. Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiar de trabajo, sino de humor. En él incluso voy a desempolvar mi fe, esa fe arrumbada y llena de polvo; voy a poner un poco más de oración, de cielo azul, de aire puro en mi jornada diaria. Ya me harté de vivir como he vivido, de ser egoísta, tracalero, injusto. Otro estilo de vida, otra forma de ser. ¿Por qué no intentarlo?”

En los ratos más negros y amargos, llenos de culpa, piensas: «¿Por qué no acabar con todo? Pero en esos mismos momentos se puede pensar otra cosa: ¿Por qué no comenzar de nuevo?».

Algunos ven que su vida pasada ha sido gris, vulgar y mediocre, y su gran argumento y razón para desesperarse es: «He sido un Don Nadie, ¿qué puedo hacer ya?» Pero otros sacan de ahí mismo el gran argumento, la gran razón para el cambio radical positivo: «No me resigno a ser vulgar; quiero resucitar a una vida mejor, quiero luchar, voy a trabajar, quiero volver a empezar».

Un año recién salido de las manos del autor de la vida es un año que aún no estrenas. ¿Qué vas a hacer con él? El año pasado ¿no te gustó?, ¿no diste la medida? Con éste ¿qué vas a hacer? Un nuevo año recién iniciado: todo comienza, si tú quieres; todo vuelve a empezar…

Yo me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor.

Todos desean a los demás y a sí mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo. Prefiero ser de los segundos.

aplausómetro” en el cielo?



En muchos lugares hay una auténtica obsesión para medir resultados, éxito, escuchas, audiencia.

Cada canal televisivo mide continuamente el nivel de seguimiento de sus programas. Si un locutor o un argumento aumenta el “rating”, es promovido. Si lo disminuye, es marginado de golpe, o poco a poco.

La prensa mide cuántos suscriptores hay, cuántas personas leen los periódicos, en qué lugar de la lista se encuentra este periódico concreto en comparación con otros.

En el mundo de internet también hay fiebre por saber cuántos accesos se producen al día, a la semana, al mes, al año, en la propia página. Muchos artículos tienen, a la derecha o a la izquierda, un espacio para indicar cuántas veces han sido leídos. Existen secciones que llevan como título “lo más leído”, “lo más visto”, “lo más escuchado”,…

No faltan concursos donde la gente “vota” a favor de una idea o de otra, de un actor o de otro, de una canción o de otra. Cuando hay público, en festivales o programas televisivos, resulta posible medir el nivel de los aplausos gracias a un “aplausómetro”.

Los gobiernos y los políticos viven bajo la manía de las encuestas. ¿Qué nivel de aprobación otorga la gente a este político, a esta ley, a esta decisión del presidente o del ministro? Números y más números indican quién “asciende” y quién “desciende” en el nivel de aplausos y aprobaciones de la sociedad.

Lo mismo vale para las películas y los libros: el éxito se mide por el número de espectadores o por las ventas de la novela en los primeros meses de estreno. Lo máximo para un guionista y un productor es ver cómo su película llega a ganancias récord en el primer año en los cines.

En el cielo, ¿hay algo parecido? ¿Existe entre ángeles y arcángeles encuestas, aplausómetros, números, para valorar a las personas que vivimos en la tierra? ¿Hay allá algo parecido a internet, donde se indique el número de accesos que los habitantes del mundo celeste realizan respecto de los seres humanos?

La respuesta, como es obvio, es negativa. Porque en el cielo no se piden opiniones, ni se vota si es mejor el señor X o la señora Y.

Pero si lo hubiera… notaríamos en seguida cómo en el cielo valoran lo que ocurre en nuestro planeta inquieto y emocionante de un modo mucho más profundo y más serio.

Porque entre los ángeles obtendría un “aplauso” muy bajo lo que realiza un deportista famoso en la tierra pero mediocre en su vida espiritual. Porque los “aplausos” se dispararían hasta el infinito ante esa señora pobre y olvidada en las estadísticas terrícolas pero que todos los días hace mil sacrificios llenos de cariño para atender a su hijo enfermo.

Si hubiera un “aplausómetro” en el cielo nos daría muchas sorpresas, y nos permitiría abrir los ojos a lo importante, a lo que sirve en el tiempo y en lo eterno.

Entonces dejaríamos de lado tantos asuntos pequeños, casi mezquinos, que nos obsesionan en nuestro mundo humano. Y descubriríamos los temas realmente importantes, los corazones grandes, las hazañas que merecen ser reconocidas, según la única medida que vale eternamente: el amor que tengamos hacia nuestro Padre Dios y hacia los hombres y mujeres que viven a nuestro lado.

domingo, 27 de diciembre de 2009

La seriedad de la Navidad



¿Entenderemos todos lo que allí, en Belén, se juega? ¿Nació en cada uno de nosotros, ese Niño Dios?

En general, la Navidad toma la encarnación del Verbo de Dios en la parte más descomprometida e infantil. Es un niño quien ha nacido. Y un niño no dice cosas serias. Este Niño Dios no ha dicho todavía “Sed perfectos”, ni “sepulcros blanqueados”, ni “vende tus bienes y sígueme” ni “Yo soy la Verdad y la Luz”. Todavía está callado este niño. Y nos aprovechamos de su silencio para comprarle el Amor barato, a precio de villancicos y panderetas.

En el día de la Encarnación todos vuelven la vista hacia Belén, como en día de sol radiante se refugian todos a la sombra del alero. Los más complicados Góngoras hacen versillos de claveles y auroras, con melodía pastoril. Los más escolásticos y abstractos Calderones, escriben para la fiesta diálogos de Mengas y Pascuales. San Juan de la Cruz, que ha volcado hasta los umbrales del divino desposorio, en una Nochebuena sale de su celda como un loquillo de atar, meciendo al Niño en sus brazos, bailando y cantando una cancioncilla de amores aldeanos:

“Si amores me han de matar ¡agora tienen lugar!"

En esa Nochebuena no intuimos el tremendo compromiso que adquirimos los humanos. Como es un Niño el que nos ha nacido, no percibimos la Ley y el Compromiso serio, que nos trae debajo de su débil brazo. En torno a un niño todo parece ser cosa de juego y de algarabía. ¿También con el Niño Dios?

No; no puede ser la Navidad subterfugio y evasiva de la Encarnación. No es la fiesta de un derretimiento pueril y pasajero. Es la fiesta de un exigente amor varonil y total.

Vienen ya de camino Magos de Oriente que le van a quitar al portal todo el aspecto de fiesta de familia. Los magos no son ya pastores con cantarcillos, con requesón, manteca y vino. Son sabios y poderosos y científicos y extranjeros que vienen aleccionados por la astronomía. No vienen a pactar una noche de tregua de trinchera a trinchera: vienen a exigir las últimas consecuencias de la Paz prometida a todos los hombres. Vienen a hacer de Belén, la aldea de la Encarnación, la primera ciudad plenamente internacional del planeta. Vienen a ver si realmente ha nacido un rey que traiga la verdadera paz, la justicia auténtica y el amor sin componendas.

¿Hemos entendido esto del todo?…¿A qué nos compromete la Encarnación del Hijo de Dios? ¿Qué nos quiere decir a nosotros hoy la Encarnación?

A Belén se acercarán este año:


El Papa, llevándole a Jesús todas las luces y sombras, las alegrías y las tristezas de la Iglesia.

Los obispos y sacerdotes de todo el mundo, llevando a sus espaldas sus diócesis y parroquias, sus movimientos y grupos, para regalárselos a Jesús.

Religiosos y religiosas, con sus corazones consagrados y sus ansias de seguirle en pobreza, castidad y obediencia.

Misioneros y misioneras, dispuestas a aprender las lecciones de esa cátedra de Belén.

Laicos, admirados o indiferentes, despiertos y somnolientos, santos y pecadores, sanos y enfermos, jóvenes y adultos, niños y ancianos.

¿Entenderemos todos lo que allí, en Belén, se juega? ¿Nació en cada uno de nosotros, ese Niño Dios?

Navidad no son las luces de colores, ni las guirnaldas que adornan las puertas y ventanas de las casas, ni las avenidas engalanadas, ni los árboles decorados con cintas y bolas brillantes, ni la pólvora que ilumina y truena.

Navidad no son los almacenes en oferta. Navidad no son los regalos que demos y recibimos, ni las tarjetas que enviamos a los amigos, ni las fiestas que celebramos. Navidad no son Papá Noel, ni santa Claus, ni los Reyes Magos que traen regalos. Navidad no son las comidas especiales. Navidad no es ni siquiera el pesebre que construimos, ni la novena que rezamos, ni los villancicos que cantamos alegres.

Navidad es Dios que se hace hombre como nosotros porque nos ama y nos pide un rincón de nuestro corazón para nacer. Por eso, ser hombre es tremendamente importante, pues Dios quiso hacerse hombre. Y hay que llevar nuestra dignidad humana como la llevó el Hijo de Dios Encarnado. Por eso, Navidad es tremendamente exigente porque Dios pide a gritos un hueco limpio en nuestra alma para nacer un año más. ¿Se lo daremos?

Navidad es una joven virgen que da a luz al Hijo de Dios. Por eso, dar a luz es tremendamente importante a la luz de la Encarnación, porque Dios quiso que una mujer del género humano le diese a luz en una gruta de Belén. Tener un hijo es tremendamente comprometedor, pues Jesús fue dado a luz por María. No es lo mismo tener o tener un hijo; no es lo mismo querer tenerlo o no tenerlo. Navidad invita al don de la vida, no a impedir la vida.

Navidad es un niño pequeño recostado en un pesebre. Por eso es tan tremendamente importante ser niño, y niño inocente, al que debemos educar, cuidar, tener cariño, darle buen ejemplo, alimentarle en el cuerpo y en el almacomo hizo María. Y no explotar al niño, y no escandalizar a los niños, y no abofetear a los niños, y no insultar a los niños.

Navidad son ángeles que cantan y traen la paz de los cielos a la tierra. Por eso, es tremendamente importante hacer caso a los ángeles, no jugar con ellos a supersticiones y malabarismos mágicos, sino encomendarles nuestra vida para que nos ayuden en el camino hacia el cielo y hacerles caso a sus inspiraciones. Por eso es tremendamente importante ser constructores de paz y no fautores de guerras.

Navidad son pastores que se acercan desde su humildad, limpieza y sencillez. Por eso, es tremendamente importante que no hagamos discriminaciones a nadie, y que si tenemos que dar preferencia a alguien que sean a los pobres, humildes, ignorantes. Quien se toma en serio la Encarnación del Hijo de Dios tiene que dar cabida en su corazón a los más desvalidos de la sociedad, pues de ellos es el Reino de los cielos.

Navidad es esa estrella en mi camino que luce y me invita a seguirla, aunque tenga que caminar por desiertos polvorientos, por caminos de dudas cuando desaparece esa estrella. La Encarnación me compromete tremendamente a hacer caso a todos esos signos que Dios me envía para que me encamine hacia Belén, siguiendo el claroscuro de la fe.

Navidad es anticipo de la Eucaristía, porque allí, en Belén, hay sacrificio y ¡cuán costoso!, y banquete de luz y virtudes, y ¡cuán surtidas las virtudes de Jesús que nos sirve desde el pesebre: humildad, obediencia, pureza, silencio, pobreza; y las de María: pureza, fe, generosidady las de José: fe, confianza y silencio!, y Belén es, finalmente, presencia que consuela, que anima y que sonríe. Belén es Eucaristía anticipada y en germen. Belén es tierra del pany ese pan tierno de Jesús necesitaba cocerse durante esos años de vida oculta y pública, hasta llegar al horno del Cenáculo y Calvario. Y hasta nosotros llega ese pan de Belén en cada misa. Y lo estamos celebrando en este año dedicado a la Eucaristía.

Navidad es ternura, bondad, sencillez, humildad. Por eso, meterse en Belén es tremendamente comprometedor, pues Dios Encarnado sólo bendice y sonríe al humilde y sencillo de corazón.

Navidad es una luz en medio de la oscuridad. Por eso, la Encarnación es misterio tremendo que nos ciega por tanta luz y disipa toda nuestras zonas oscuras. Meterse en el portal de Belén es comprometerse a dejarse iluminar por esa luz tremenda y purificadora.

Navidad es esperanza para los que no tienen esperanza. Por eso, la Encarnación es misterio tremendo que nos lanza a la esperanza en ese Dios Encarnado que nos viene a dar el sentido último de nuestra vida humana.

Navidad es entrega, don, generosidad. Dios Padre nos da a su Hijo. María nos ofrece a su Hijo. Por eso, quien medita en la Encarnación no puede tener actitudes tacañas.

Navidad es alegría para los tristes, es fe para los que tienen miedo de creer, es solidaridad con los pobres y débiles, es reconciliación, es misericordia y perdón, es amor para todos. ¿Entendemos el tremendo compromiso, si entramos en Belén?

Ya desde el pesebre pende la cruz. Es más, el pesebre de Belén y la cruz del Calvario están íntimamente relacionados, profundamente unidos entre sí. El pesebre anuncia la cruz y la cruz es resultado y producto, fruto y consecuencia del pesebre. Jesús nace en el pesebre de Belén para morir en la cruz del Calvario. El niño débil e indefenso del pesebre de Belén, es el hombre débil e indefenso que muere clavado en la cruz.

El niño que nace en el pesebre de Belén, en medio de la más absoluta pobreza, en el silencio y la soledad del campo, en la humildad de un sitio destinado para los animales, es el hombre que muere crucificado como un blasfemo, como un criminal, en la cruz destinada para los esclavos, acompañado por dos malhechores.

En su nacimiento, Jesús acepta de una vez y para siempre la voluntad de Dios, y en el Calvario consuma y realiza plenamente ese proyecto del Padre.

¡Qué unidos están Belén y Calvario!

El pesebre es humildad; la cruz es humillación. El pesebre es pobreza; la cruz es desprendimiento de todo, vaciamiento de sí mismo. El pesebre es aceptación de la voluntad del Padre; la cruz es abandono en las manos del Padre. El pesebre es silencio y soledad; la cruz es silencio de Dios, soledad interior, abandono de los amigos. El pesebre es fragilidad, pequeñez, desamparo; la cruz es sacrificio, don de sí mismo, entrega, dolor y sufrimiento.

Ahora sí hemos vislumbrado un poco más el misterio de Belén, el misterio de la Navidad, el misterio de este Dios Encarnado.

¿Castañuelas, panderetas y zambombas? ¡Bien! Pero no olvidemos el compromiso serio de este Dios Encarnadopues en cuanto comience a hablar nos va a pedir: “Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”. Entonces nos darán ganas de tirar a una esquina la pandereta, las castañuelas y comenzar a escuchar a ese Dios Encarnado que por amor a nosotros toma la iniciativa de venir a este mundo, para enseñarnos el camino del bien, del amor, de la paz y de la verdadera justicia.

Terminemos con una oración:

“Niño del pesebre, pequeño Niño Dios, hermano de los hombres. El alma se me llena de ternura y el corazón de dicha, cuando te veo así, pequeño, pobre y humilde, débil e indefenso, recostado en las pajas del pesebre.

Enséñame, Jesús, a apreciar lo que vale tu dulce encarnación. Ayúdame a comprender el profundo sentido de tu presencia entre nosotros. Haz que mi corazón sienta la grandeza de tu generosidad, la profundidad de tu humildad, la maravilla de tu bondad y de tu amor salvador”.

jueves, 24 de diciembre de 2009

La verdadera felicidad esta Navidad



Adviento. Permitir que Cristo llegue a nuestras vidas como Él quiere, para que así podamos tener una Feliz Navidad.


Vamos a celebrar el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios. Y yo me pregunto si ya hemos sido capaces de reflexionar sobre lo que verdaderamente significa tener una “Feliz Navidad”.

Si fuéramos a una comunidad marginada y viéramos cómo pasan la Navidad muchas personas, seguramente diríamos: “Pobre gente, no tienen nada para poder pasar una Feliz Navidad”. ¿Creo yo que tener una Feliz Navidad necesariamente significa tener comida, bebida, música, luces de colores y a toda mi familia alrededor?

Cuando uno lee el Evangelio se da cuenta que tener una Feliz Navidad significa otra cosa muy distinta, que no necesariamente excluyo lo anterior, ya que uno se la puede pasar muy bien con comida, bebida, música, luces de colores y con la familia, pero también se la puede pasar muy mal.

El Evangelio nos dice: “Mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz y tuvo a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en el mesón. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche en el campo. Un ángel del Señor se les apareció y la gloria de Dios los envolvió con su luz y se llenaron de temor. El ángel les dijo: No teman. Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. De pronto se le unió al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad! Se fueron los pastores a toda prisa y encontraron a María, a José y al Niño, recostado en el pesebre. Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado”.

En este pasaje nos damos cuenta que no puede existir una Feliz Navidad sin haber hecho una profunda y seria experiencia de Cristo. Y, a lo mejor, todos los agujeros que hay en tu corazón, todas las resquebrajaduras que hay en tu existencia, todos los miedos que hay en tu alma, se deben a que no ha habido un ángel que te diga: “Feliz Navidad. Hoy te ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor”.

Cada uno tendría que preguntarse con mucha seriedad si ya ha hecho esta profunda y seria experiencia de Cristo. Porque, pudiera ser que por diferentes causas,

martes, 22 de diciembre de 2009

Generosidad para dar gloria a Dios



Aquí esta nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara. Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae porque la mano del Señor reposará en este mundo”.

Estas palabras del profeta Isaías, que vemos cumplirse de una forma muy especial en el Evangelio, son también palabras que tendríamos que repetir en nuestra vida.

La vida del hombre es, en el fondo, una especie de tensión constante entre una esperanza y una realización; entre un no tener todavía la plenitud de la gracia y, por otro lado, encontrar la plenitud en Cristo. Cuantas veces tenemos dificultades y problemas de cara a la esperanza, y no encontramos la salida a la noche en la que estamos metidos, porque nos olvidamos de que la vida del ser humano es una vida en la esperanza, y que el único que puede realizarla es Cristo.

Los milagros que Jesús realiza narrados por San Mateo, no son gestos de servicio social ni acciones para solucionar una problemática de salud, sino son señales de que Dios ya ha llegado a la Tierra, de que aquello que el Antiguo Testamento prometía: "Arrancar de este monte el velo que cubre todos los pueblos, el paño que obscurece a todas las naciones", se cumplió en Cristo. Son señales de que se ha realizado, que ya no es simplemente una esperanza, sino que es una realidad.

Todos tenemos que aprender a dejarnos quitar, por parte de Cristo, el velo que nos obscurece los ojos. Tenemos que exigirnos su presencia y ser muy firmes con nosotros mismos para permitir el cambio que Cristo quiere llevar a cabo en cada uno. Cuántas veces quisiéramos cambiar, pero nos da miedo transformar ciertas actitudes y comportamientos. Sin embargo, esto es como si los lisiados, ciegos, sordos, mudos y enfermos de los que nos habla el Evangelio, ante la presencia de Cristo que viene a curarlos, hubiesen dicho: mejor no me cures; déjame como estoy. Déjame enfermo, lisiado, tullido o ciego.

Creo que nadie, pudiendo curarse, preferiría seguir enfermo. Sin embargo, cuántas veces, pudiendo curar nuestro espíritu, no lo hacemos. Cuántas veces sabemos que nuestra debilidad, nuestro problema, el velo que nos cubre los ojos, las lágrimas que nacen en nuestro corazón son algo en concreto, y lo identificamos perfectamente. ¿Por qué, entonces, queremos seguir con ellos? ¿Por qué querer continuar con los ojos vendados? ¿Por qué querer seguir usando muletas cuando podemos usar nuestros pies sanados por Cristo?

Hay que permitir que Nuestro Señor actúe, porque cuando Él llega a nuestra vida, si nosotros se lo permitimos, lo hace con tal abundancia, que se ve reflejada en la multiplicación de los panes y de los peces, que no es otra cosa sino la abundancia de la presencia de Dios.

Como ya lo dije antes, Jesús no está simplemente resolviendo el problema nutritivo de los judíos. Cristo está, por encima de todo, demostrando la abundancia del Reino de Dios. Jesucristo, con este Evangelio, viene a manifestar y a hacer efectiva su presencia en nuestra vida. Tenemos que darnos cuenta de que su presencia es de tal riqueza, que no hay nada que la pueda sobrepasar.

¿Permitimos que la presencia de Cristo en nuestras vidas nos sane y nos enriquezca? ¿O preferimos quedarnos enfermos y pobres? Son los dos caminos que tenemos, no hay un tercero. Porque o es la presencia de Dios en nuestra vida, al que nosotros dejamos actuar, o es la ausencia de Dios.

Para que esta presencia eficaz y abundante se realice en nuestra alma, tenemos que cultivar la generosidad. Muchas veces el problema no es que Cristo nos convenza, ni el que no sepamos que Cristo puede transformar nuestra vida, sino que nuestro verdadero problema es un problema de generosidad ante la transformación concreta que Cristo nos pide. A algunos nos la puede pedir en el ámbito de las virtudes, a otros en el área de actitudes más profundas, a lo mejor, incluso, en modos de ver la propia vida, de ver el propio camino, en formas diferentes de ver la propia santificación. O podría suceder, también, que nuestra existencia estuviese llamada por Dios a una transformación, y nosotros resistirnos al cambio concreto que Dios quiere hacer en ella.

Debemos pedir a Dios, en todo momento, que se haga presente en nuestra vida, porque es la gracia que Él da a quien se la pide.

¡Hazte presente en mi vida de una forma eficaz, de una forma abundante! ¡Hazte presente en mi vida dándome mucha generosidad para aceptar tu presencia y tu abundancia! Que esta sea la petición interior de cada uno de nosotros en este camino de preparación a la llegada de Jesucristo, para que nuestro encuentro con Él en Navidad, no sea simplemente algo que vimos, algo que realizamos, y algo que pasó. Sino que sea algo que llegó a transformar de manera abundante y eficaz nuestra existencia.

domingo, 20 de diciembre de 2009

La Sonrisa de Dios es la sonrisa de María




Domingo cuarto de Adviento

Virgilio, el gran poeta latino, pagano, que ha tenido una gran influencia en la literatura universal, dice que el “niño comienza a conocer a su madre por la sonrisa”, anunciado proféticamente que la sonrisa de Dios es la sonrisa de María después del pecado, una vez que ella aceptó convertirse en la Madre de su Hijo Jesucristo, proporcionándole su Cuerpo precioso, un cuerpo necesario para realizar en los hombres y para los hombres la redención y la salvación de todo el genero humano.

Y hoy nos encontramos, ya en las inmediaciones de la Navidad, dejando atrás a Isaías y a San Juan Bautista, con el personaje central del Adviento, a María la Madre de Jesús, que nos dejará a las plantas del mismísimo Hijo de Dios encarnado.

Por eso, hoy queremos asistir embelezados al encuentro de dos mujeres pobres, gente del pueblo, las dos embarazadas, una de edad avanzada y la otra apenas una jovencita que tuvieron un papel destacado en la historia de la Salvación de nuestros pueblos.

Se trata de Isabel, la anciana, la que concibió en su seno prodigiosamente, ya en su ancianidad y María, que apenas en su adolescencia ofreció su cuerpo para que Dios realizara entre los hombres el prodigio inaudito de enviar para estar entre los hombres y para siempre a su mismísimo Hijo.

El encuentro no podía ser más agradable y simpático: “En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo en las montañas de Judea, y entrando, saludó a Isabel”.

Fue ese viaje, el primer recorrido eucarístico, la primera vez que Cristo aún en el seno de su Madre, como el mejor tabernáculo, sagrario o manifestador pudo acercarse a los hombres y llevarles la presencia, la fuerza y la alegría del Espíritu Santo que lo había encarnado precisamente en el seno de aquella mujer singular.

Esa presencia y ese abrazo, hicieron que Juan Bautista, santificado en ese momento con la presencia del Espíritu Santo, saltara de gozo en el seno de su propia madre, que no escatimó la alabanza y la ternura a la mujercita que venía a atenderla en su propio parto:

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre… Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor!”.

Esas solas palabras, en las inmediaciones de la Navidad, nos sugieren muchas preguntas que no podemos dejar de contestar, porque ahí va implicada nuestra propia alegría, nuestra felicidad y en última instancia, nuestra propia salvación: ¿En qué creyó María, y qué le fue anunciado de parte del Señor?.

Podemos aventurar las respuestas diciendo que María le creyó al Padre que con un profundo respeto, una entrañable ternura, se acerca a la criatura, se abaja casi, para “pedirle”, hay que subrayarlo, para pedirle que se dignara ser la madre del Salvador. No se le impone la maternidad, no se la violenta, aunque se trate del Señor de Cielos y Tierra, dueño de todo.

Eso es ya una primera lección para los machistas, para los hombres que se creen superiores y con derecho a tratar a la mujer como su esclava, como simple objeto de placer y como una máquina de hacer hijos y criaturas muchas veces infelices.

María le creyó al Padre, y desde entonces se convierte en mujer “eucarística” toda la vida, dedicada en cuerpo y alma a su Hijo que con su Cuerpo logrará la santificación para todos los hombres.

La actitud de María, nos obliga entonces a imitarla en un complaciente abandono a la palabra de Dios, que puede decirnos desde su obediencia, “Hagan lo que él les diga”, no duden, pueden fiarse de la palabra de mi Hijo que pudo cambiar el agua en vino y que puede hacer del pan sencillo de los hombres nada menos que su propio Cuerpo y su propia Sangre, haciéndose para todos los hombres “pan de vida”.

A María le fue anunciada la presencia del Hijo de Dios que sería también hijo de María, a quien recibe amorosamente, anunciando a todos los bautizados la necesidad de recibir así como ella recibió la carne mortal, de Cristo, recibamos nosotros las especies sacramentales, las especies de pan y de vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor.

María acertó a decir a Dios que aceptaba el compromiso de dedicarse totalmente a su Hijo con un famosísimo “Fíat”, hágase, realícese, consúmese en mí todo lo que tu palabra quiera, para enseñarnos a decir reverente y alegremente el “Amén” cada que recibimos presente con todo su ser humano-divino a Cristo en las especies de pan y de vino.

Ese fíat de María hizo que pronto pudiera recibir en sus brazos y arropar con todo cariño a Jesús, el Salvador de los hombres:

"Y la mirada embelezada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?” (Juan Pablo II).

Ese fíat de María le bastó y la fortaleció internamente, para prepararse a acompañar a su Hijo en todo momento, sin reparar en subir hasta cerca de él en alto de la cruz, correspondiendo a lo que el profeta le había anunciado:

“Y a ti una espada traspasará tu propia alma."

Pero si María tuvo que pasar por el Calvario y la cruz para acompañar a su Hijo, tuvo también la dicha de estar entre los apóstoles de su Hijo, acompañándoles en la oración y sosteniendo su esperanza en la resurrección de su hijo.

El Papa Juan Pablo II, de quien estoy tomando todas estas ideas, de su encíclica sobre la Eucaristía, la cual recomiendo encarecidamente que lean todos mis cristianos catoliquísimos, nos hace asistir al momento sublime cuando María pudo escuchar en labios de los apóstoles “éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros.

Aquel Cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la cruz”.

Todo esto ha sido necesario para que nosotros podamos pasar una Navidad muy especial, acompañados de María, preparando no una cena ni unos vinos ni unos regalos, ni siquiera unos abrazos, a menos que se parezcan al abrazo de María a su prima Isabel, sino a preparar nuestros corazones para abrazarnos a Cristo hecho Carne y Sangre en el Sacramento Eucarístico, y recibirlo reverentemente como lo hizo María en la cuna de Belén. Será así la mejor de las Navidades.

Sonriendo con María, recibamos al Hijo de Dios hecho carne.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Hnas Misioneras de Santa Rosa de Lima



La Congregación de Hermanas Misioneras de Santa Rosa de Lima, motiva, acoge, instruye, orienta y promueve a los niños, niñas, jóvenes, familias, ancianos, enfermos y a la mujer desprotegida

Quiénes Somos

La Congregación de Hermanas Misioneras de Santa Rosa de Lima, sumergidas espiritualmente en el corazón de Cristo crucificado, como fuerza apostólica y formadora, motiva, acoge, instruye, orienta y promueve a los niños, niñas, jóvenes, familias, ancianos, enfermos y a la mujer desprotegida, y participa en la pastoral parroquial, para que en comunión alcancen la perfección humana, cristiana y trascendente y extender así el Reino de Dios, con Amor y Alegría cumpliendo, nuestro compromiso bautismal y de consagradas, con el fin de glorificar a Dios en Cristo, Don total para la salvación de los hombres.

Visión

Seremos reconocidas por nuestro quehacer misionero fundamentadas en el corazón de Cristo crucificado desde la vivencia del Evangelio y las virtudes de la Congregación, atendiendo a las necesidades específicas en las diferentes actividades realizadas con los niños, niñas, jóvenes, familias, ancianos, enfermos, mujer desprotegida y pastoral parroquial, para construir comunidades comprometidas e instaurar el Reino de Dios con la esperanza de ver a la Congregación extendida en otras regiones y países


Espiritualidad

La espiritualidad de nuestra congregación se centra en:

"La Contemplación del amor de donación de Cristo"

Quien dándose eternamente al Padre en sacrificio de alabanza y expiación redimió al mundo.

Espiritualidad que alimentamos con la Palabra de Dios, celebramos en la Sagrada Eucaristía y vivimos en el compartir fraterno, en unión con el corazón de María, Nuestra Madre Inmaculada y haciendo nuestro el estilo misionero de Santa Rosa de Lima.


Nuestra Historia

Rosana Sánchez Pérez (Madre Magdalena) movida por la inspiración de ser toda para Dios, con un gran amor a los pobres, recibe el don y la confirmación del Espíritu Santo de “Fundar una Congregación Religiosa” ascética y misionera. El año 1.939, atraviesa Valles, Ríos y Llanuras hasta llegar al Departamento del Valle del Cauca en donde realiza un diálogo con Monseñor Maximiliano Crespo, quien era Arzobispo de Popayán y a la sazón se encontraba en Palmira

Con su consigna de ser: “pionera en la fe” la que había transformado en confianza vivida y con su talante de veracidad y discreción, comunica al insigne Pastor su propósito de fundar la Congregación. Quien con sabiduría y solicitud de Pastor la acoge y bendice su generoso Proyecto Misionero para la gloria de Dios y bien de la Iglesia. El 07 de Agosto, se dirige a Pradera, municipio del Valle del Cauca para dar comienzo a la Congregación HERMANAS MISIONERAS DE SANTA ROSA DE LIMA.

La naciente Congregación tuvo como cuna, una pequeña casa en arriendo, donde la Madre Fundadora, alberga a cinco señoritas a quienes, como a ella, el Señor, llamó gratuitamente para vivir en íntima unión con El, y dedicarse de tiempo completo a la Misión Evangelizadora. Con ellas, inicia el proceso de formación aplicando las palabras de Jesús: “Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza.” (Mt. 8, 20). Comienza así, desde su fe, la experiencia de descubrir en el Corazón de Cristo Crucificado, la plena manifestación del poder y amor de Dios y la cruz, como el gran signo de la presencia salvífica de Cristo resucitado para toda la humanidad

En este momento histórico, Pradera era un humilde caserío, no tenía una población numerosa pero que al igual que ahora eran comunes la pobreza, la marginación y por eso la Madre Magdalena, afectada por un alto grado de sensibilidad y guiada por el Espíritu Santo, opta por dar una respuesta a la situación de marginación en que vivían los jóvenes, el ver las pocas oportunidades que tenían las niñas y los niños del sector rural, ve la necesidad de implementar programas de formación integral, catequética y asistencia en salud e involucrando a sus hermanas de comunidad y vinculando como benefactores a muchas personas del pueblo pradereño.El 14 de Enero de 1.940, visten el hábito de Santa Rosa de lima y la eligen como Patrona. En esta celebración de la toma de hábito Rosana Sánchez P., pasa a ser la “Madre Magdalena”, Fundadora de la Congregación. El 16 de Julio de 1.943, al estilo de las primeras comunidades, Jesucristo resucitado, Pan de vida eterna, acampa en el tabernáculo de la pequeña Capilla de la Congregación, consolidando la vida común fraterna, vigor y gracia para el apostolado.

Desde el año 1.939 y por 19 años consecutivos las Hnas despliegan un servicio misionero caracterizado por la caridad y la solidaridad que les fue permitiendo romper los límites de Pradera y progresivamente se van proyectando al departamento del Cauca. En 1.958, el Noviciado es trasladado a Bogotá y se da una gran apertura al servicio evangelizador a través de la educación, la Salud y la Pastoral Parroquial en algunos municipios del departamento de Cundinamarca; Paulatinamente el Carisma se va extendiendo a otros lugares de Colombia. Gracias al apoyo y acogida de Monseñor Ignacio López Umaña, Arzobispo de la Arquidiocesis de Bolivar (hoy divida en Bolivar, Sucre y Córdoba), se abren casa de apostolado, educación, Asistencia al anciano, y niñas huerfanas en la Costa Atlántica Colombiana. La Aprobación Diocesana de la Congregación fue dada el 21 de noviembre de 1996, por el Arzobispo de Bogotá, Monseñor Pedro Rubiano Sáenz.


Nuestra Fundadora: Madre Magdalena Sánchez Pérez
¡Una mujer que descubrió la Misericordia Divina y fue profundamente humana!

Nació en Valdivia, Antioquia el 2 de Noviembre de 1900 y entró al Reino de los Cielos a compartir la Gloria de Cristo el 27 de Septiembre de 1985.

Desde joven consagro su vida al Señor, viviendo sus compromisos sacramentales con admiración de su familia, de la comunidad escolar y parroquial. Siempre fue consciente de su dignidad de "hija de Dios", adquirida en el sacramento del Bautismo y de su compromiso de ser testimonio de Cristo, de transformar el mundo y servir a la Iglesia.

El espíritu de Jesús, alma de la Iglesia, la impulsó a identificarse con sus sentimientos y con su misión Apostólica. Atraída por la vocación de misionera y atenta a la situación de marginación en que vivían las jóvenes en su momento; las pocas oportunidades que tenían las niñas del sector rural para su formación y la necesidad de una catequesis para las familias de escasos recursos, se siente llamada e inspirada por el Espíritu Santo a ser, respuesta de amor y servicio, a este clamor del pueblo, fundando la Congregación de las Hermanas Misioneras de Santa Rosa de Lima, con el apoyo y asesoría de Monseñor Maximiliano Crespo, Arzobispo de Popayán.

Nutría su vida espiritual en la contemplación y celebración de Misterio Redentor, la devoción a la Santísima Virgen y a Santa Rosa de Lima. Confiada en la Divina Providencia, extendió su gran espíritu misionero a las obras de caridad como: colaboración pastoral en las parroquias, acompañamiento a las personas de la tercera edad, asistencia a los enfermos, guarderías, educación y promoción a la mujer.

El silencio de san José



Dejémonos "contagiar" por este silencio. Nos es muy necesario, en un mundo ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios.
En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. (……)

Desde luego, la función de san José no puede reducirse a un aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.

El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos.

Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.

No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5, 20).

Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.



Meditación del Ángelus. Domingo 18 de diciembre de 2005

El pequeño gran hombre



Es grandioso pensar que el sacerdote esconde un poder y un don tan extraordinarios que sobrepasan su estatuto de hombre.

Campaña “VIVA el sacerdote”. Regala una suscripción gratis si aún no lo has hecho. http://es.catholic.net/virtudesyvalores/regalo.php Con motivo del Año Sacerdotal, desarrollaremos esta campaña especial de Virtudes y Valores quincenalmente.

Es sorprendente saber que unos simples átomos de uranio encierran una fuerza y energía descomunales tan desproporcionadas al tamaño de los mismos. Pero es más grandioso aún pensar que el sacerdote esconde un poder y un don tan extraordinarios que sobrepasan su estatuto de hombre.

Causa estupor una persona de carne y de hueso que hace las veces de Dios; que convierte un pedazo de pan y unas gotas de vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo; que perdona los pecados y cura las heridas más íntimas y dolorosas del alma. Maravillosa grandeza y confianza divina depositada en un instrumento tan pequeño “porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” (I Cor 1, 25).

Tan sólo la etimología latina de sacerdote “sacerdos”, nos suscita algo de sagrado “sacer”, que le sobrepasa, que le viene dado “donum”. Y en las palabras de san Pablo descubrimos la trascendencia y la grandeza del don del sacerdocio: “llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (IICor 4,7).

El sacerdote es el misterio de Dios oculto en el hombre. Misterio impenetrable que llevó al Cura de Ars a exclamar: “Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor”. Misterio real que esbozó Gregorio Nacianceno en sus primeros años de sacerdote: “Sé de quién somos ministros. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza. El sacerdote se sitúa junto a los ángeles, glorifica con los arcángeles, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece en ella la imagen de Dios, la recrea para el mundo de lo alto y, para decir lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza”.

El Año Sacerdotal tiene que ser un período de oración por nuestros sacerdotes, pues “la Iglesia necesita sacerdotes santos; ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos” (Benedicto XVI, homilía 19 de junio de 2009). Nos tiene que incentivar a volver la mirada al Corazón de Cristo, fuente y raíz del sacerdocio.

Dirigir los ojos de la fe a la Misericordia Divina es sentir el abrazo del Padre en la mano del sacerdote que nos absuelve; es recibir su protección con la sencilla bendición del presbítero; es acoger la paz de Cristo en ese “podéis ir en paz”; es hacerle vida en nuestra vida a través de la Hostia Santísima consagrada por ese “pequeño gran hombre” que llamamos sacerdote.





¡Vence el mal con el bien!

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Navidad… una vez más Señor



La Navidad no es solo para una noche y de esta noche un ratito y tal vez mañana otro poquito. Es mucho más…es todos los días.



Una vez más hemos limpiado la casa. Hemos pulido los metales, hemos abrillantado las maderas.

Una vez más hemos sacudido el polvo, hemos encendido las luces…

Una vez más hemos hecho estrellas de papel plateado, hemos colgado guirnaldas, una vez más está engalanado el árbol de Navidad, una vez más, Señor, tienen nuestra casa ambiente de fiesta navideña.

Una vez más hemos andado con el vértigo del tráfico, de acá para allá buscando regalos y una vez más, Señor, hemos dispuesto la mesa y preparado la cena con esmero… una vez más, Señor…

Y una vez más todo esto pasará y será como fuego de artificio que se pierde en la noche de nuestras vidas, si todo esto ha sido meramente exterior. Si no hemos encendido la luz de Tu amor en nuestro corazón. Si nuestra voluntad no se inclina ante ti y te adora incondicionalmente.

Tu no quieres tibios , ya lo dijiste cuando siendo hombre habitabas entre nosotros, no quieres "medias tintas", a ratos si y a ratos no. Trajiste la paz pero también la guerra. La guerra dentro de nosotros mismos para vencer nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra envidia, nuestra gran pereza para la entrega total.

La Navidad no es solo para esta noche y de esta noche un ratito y tal vez mañana otro poquito. Es mucho más que eso, es todos los días, todos los meses y todos los segundos del año en que tenemos que vivir la autenticidad de nuestro Credo.

Ser auténticos con nuestra Fe no solo es: no robar, no matar, no hacer mal a nadie. Busquemos en nuestro interior y veamos esos pecados de omisión: el no hacer el bien, el no preocuparnos de los que están a nuestro lado, del hermano que nos tiende la mano y hacemos como que no lo vemos, como que no lo oímos… Veamos si en nuestra vida hay desprendimiento y generosidad o vivimos solo para atesorar y cuando nos parece que tenemos las manos llenas, las tenemos vacías ante los ojos de Dios.

Que esta Noche sea Nochebuena de verdad en nuestro corazón. Vamos a limpiar y quitar el polvo del olvido para las buenas obras. Vamos a colgar para siempre la estrella de la humildad donde antes había soberbia, vamos a poner una guirnalda de caridad donde antes había desamor.

Vamos a cambiar nuestra vida interior fría y apática, por una valiente y plena de autenticidad. Vamos a darte, Señor, lo que viniste a buscar en los hombres una noche como esta hace ya muchos años: limpieza de corazón y buena voluntad.

Empezamos esta pequeña reflexión con: Una vez más Señor… pues bien, ya no será una vez más, será: Siempre más, Señor.

Y como es una Noche muy especial, en nuestra primera oración, en nuestra primera conversación contigo te pedimos:

POR LOS ENFERMOS, POR LOS QUE NADA TIENEN Y NADA ESPERAN, POR LA PAZ EN EL MUNDO, POR LOS QUE TIENEN HAMBRE, POR LOS QUE TIENEN EL VACÍO DE NO SER QUERIDOS, POR LOS QUE YA NO ESTÁN A NUESTRO LADO, POR LOS NIÑOS Y LOS JÓVENES, POR LOS MATRIMONIOS, POR EL PAPA BENEDICTO XVI, POR LA IGLESIA, POR LOS SACERDOTES EN ESTE AÑO SACERDOTAL.
A TODOS DANOS TU BENDICIÓN Y PARA TODOS LOS LECTORES DE CATHOLIC.NET, UNA MUY FELIZ NAVIDAD.

El pesebre es una escuela de vida



Para alegrarnos, necesitamos no sólo cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro corazón.

“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres El Señor está cerca” (Fil 4, 4-5). La madre Iglesia, mientras nos acompaña hacia la santa Navidad, nos ayuda a redescubrir el sentido y el gusto de la alegría cristiana, tan distinta a la del mundo.

(…) Me alegra saber que en vuestras familias se conserva la costumbre de hacer el pesebre. Pero no basta con repetir un gesto tradicional, aunque sea importante. Hay que intentar vivir en la realidad del día a día lo que el pesebre representa, es decir el amor de Cristo, su humildad, su pobreza. Es lo que hizo san Francisco en Greccio: representó en vivo la escena de la Natividad, para poderla contemplar y adorar, pero sobre todo para saber poner en práctica mejor el mensaje del Hijo de Dios, que por amor a nosotros se despojó de todo y se hizo un niño pequeño.

(…) el pesebre es una escuela de vida, donde podemos aprender el secreto de la verdadera alegría. Ésta no consiste en tener muchas cosas, sino en sentirse amado por el Señor, en hacerse don para los demás y en quererse unos a otros.

Miremos el pesebre: la Virgen y san José no parecen una familia muy afortunada; han tenido su primer hijo en medio de grandes dificultades; sin embargo están llenos de profunda alegría, porque se aman, se ayudan, y sobre todo están seguros de en su historia está la obra Dios, Quien se ha hecho presente en el pequeño Jesús.

¿Y los pastores? ¿Qué motivo tienen para alegrarse? El Bebé no cambiará realmente su condición de pobreza y de marginación. Pero la fe les ayuda a reconocer en el “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, el “signo” del cumplimiento de las promesas de Dios para todos los hombres “en quienes él se complace” (Lc 2,12-14), ¡también para ellos!

En eso, queridos amigos, es en lo que consiste la verdadera alegría: es sentir que nuestra existencia personal y comunitaria es visitada y colmada por un gran misterio, el misterio del amor de Dios. Para alegrarnos, necesitamos no sólo cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro corazón, y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María.

Por eso el Niño, que ponemos en la cabaña o en la cueva, es el centro de todo, es el corazón del mundo. Oremos para que cada persona, como la Virgen María, pueda acoger como centro de su propia vida al Dios que se ha hecho Niño, fuente de la verdadera alegría.


Palabras que dirigió Benedicto XVI en tercer domingo de Adviento al rezar la oración mariana del Ángelus el 13 de diciembre 2009

Tres ecologías diferentes



La ecología necesita conocer y amar al hombre, a cada hombre
La ecología parece ser una ciencia reciente, pero no lo es. En mayor o menor medida los hombres del pasado se han preocupado por el ambiente: por la limpieza de los ríos, por la belleza de los bosques, por la abundancia de los animales y de los peces. Muchas veces han pensado cómo adornar las ciudades, cómo levantar nuevos parques, cómo conocer más y mejor los misterios de la vida.

Podemos recordar, en el mundo griego, los proyectos de Platón para construir una ciudad ideal, pensada para vivir en armonía con el ambiente exterior; o los estudios de Aristóteles sobre los animales y las plantas, que le permitían repetir una y otra vez que la naturaleza “no hace nada en vano”. Los hebreos soñaban una tierra prometida donde abundase la leche y la miel, o donde el niño pudiese jugar con el león. Muchos otros pueblos han celebrado ritos y fiestas por los cambios de la luna, por la llegada de las lluvias, por la primera cosecha, y han soñado en momentos de paz y de equilibrio entre hombres, animales y plantas.

A simple vista, uno puede pensar que todas las ecologías son iguales. En ellas se busca conocer a fondo las distintas relaciones que existen entre los seres vivos y el ambiente que los rodea. Pero en seguida notamos diferencias profundas.

Intentemos presentar, entre otros que podrían ser mencionados, tres modelos distintos de ecología.

El primer modelo se limita simplemente a analizar cómo están las cosas y qué cambios se están produciendo, sin decir nada sobre si es bueno o es malo lo que ocurre. Es una ecología “neutra”. Si un volcán quemó miles de árboles e hizo que muriesen ardillas, jabalíes y coyotes, constatará el hecho, sin mayores problemas. Ocurrió esto y basta. Lo mismo se aplica a la contaminación: los hombres crean fábricas que contaminan, y los animales (no sólo los animales, sino también muchos hombres) mueren por culpa de los gases tóxicos. ¿Es esto algo bueno o malo? La ecología neutra no se pronuncia ni quiere pronunciarse sobre esto: describe y basta.

El segundo y tercer modelo se parecen, pues creen que se puede distinguir entre cambios buenos y cambios malos. Se diferencian, sin embargo, a la hora de determinar cuáles cambios ecológicos sean buenos, cuáles malos, y por qué. El segundo modelo toma como punto de referencia una situación ideal, en la que sería bueno que todos los organismos pudiesen convivir con un cierto equilibrio, sin realizar entre las especies animales y vegetales ninguna discriminación. Así, consideran que el clima de los últimos siglos, sus glaciares y desiertos, las especies animales y vegetales que han dominado en amplias llanuras o en selvas ecuatoriales, son algo bueno en sí, que habría que conservar. Algunos de estos ecologistas ven, como principal enemigo de este equilibrio ecológico, al ser humano (no a todos), en cuanto que ha creado industrias y sistemas de vida que han destruido millones de hectáreas de bosques, han contaminado ríos y mares, y han terminado con la vida de un número incontable de animales y plantas. Algunas especies, incluso, se han extinguido para siempre.

Según el criterio de bien que se escoge en este modelo, habría que tomar soluciones profundas, aunque nos puedan resultar dolorosas: disminuir el nivel de vida de los ricos, impedir a los pobres que copien los malos ejemplos de los países industrializados, controlar la natalidad. Habría que conseguir, por ejemplo, la eliminación radical de los coches de combustión; o volver al sistema de cultivos naturales sin el uso de fertilizantes (aunque baje la producción: ya luego veremos cómo dar de comer a todos los hombres que piden alimento…). No falta quien dice que sería bueno disminuir el número de seres humanos del planeta, para conseguir así un equilibrio ecológico idealizado. Los caminos para esta disminución pueden ser muchos: desde la esterilización de millones de mujeres (a veces incluso por medio de engaños o de presiones de todo tipo) hasta el aborto promovido como medio de control natal. Dentro de esta perspectiva hay quien ha llegado a decir que el ser humano es como un tumor o un cáncer que está dañando a la tierra. Quien afirma esto sabe cuál es la “solución”: los tumores se curan eliminándolos…

El tercer tipo de ecología también habla de un “bien” y un “mal” a la hora de valorar cada ecosistema, pero establece el criterio de lo que se debe hacer o evitar no en función del equilibrio en sí, sino en función del ser humano. Es una ecología de tipo humanístico. Es bueno cuidar el agua, el aire, la temperatura o la belleza de los bosques, y es bueno porque todo ello hace más hermosa y más digna la vida de los hombres. De los de hoy, de los que ya están viniendo (esos millones de embarazos que se producen cada mes), y de los que vendrán. El hombre, en esta perspectiva, no es el malo del planeta, ni un “cáncer”. No hay que promover la esterilización ni el aborto ni cámaras de gas para eliminar a los hombres que “sobran” o para impedir que puedan nacer más. El hombre es el que administra un tesoro, un sistema de vida y de muerte, que nunca acaba de controlar del todo, y que debe respetar, si quiere sobrevivir y si quiere hacer más amable la existencia de todos los demás seres humanos y otras formas de vida que alegran y embellecen nuestros bosques y praderas. El hombre, que en sí no es malo, puede serlo si vive de modo irresponsable y arbitrario, si daña de modo indiscriminado el ambiente o destruye a los animales y las plantas por puro capricho egoísta.

Es cierto (primer modelo) que el equilibrio actual no es estático, y que basta un volcán o un meteorito para que empiece a llover en el Sahara y se seque la selva del Amazonas. Pero no podemos quedarnos con los brazos cruzados: podemos hacer algo (tal vez mucho) para controlar la contaminación de las ciudades, para defender los bosques de los incendios o las montañas de la erosión por falta de árboles. Es cierto también (segundo modelo) que algunos hombres han abusado de los bienes de la tierra y han destrozado un equilibrio que era bastante bueno, aunque no perfecto. Pero la culpa de esos hombres (muchos o pocos, no importa) no puede ser nunca motivo para acusar a todo el género humano como si fuese el “animal malo” del planeta. Además, la idealización de un modelo ecológico no podrá justificar nunca el que unos nuevos poderosos, en nombre del ecologismo internacional, quieran eliminar a otros o controlar de modo salvaje e inhumano su fertilidad o su misma existencia.

Pero lo más cierto (tercer modelo) es que la ecología verdadera debe ser humanista: debe defender el valor de todos y de cada uno de los seres humanos, o no podrá ofrecer criterios justos para custodiar el patrimonio terráqueo de todos. Sólo por amor al hombre protegeremos y conservaremos las riquezas de un planeta que, gracias al trabajo y al ingenio de millones de hombres que han vivido antes que nosotros, nos han permitido nacer, ser curados y alimentados. Gracias a sus conquistas y progresos podemos hoy disfrutar de la salida del sol, del canto de un jilguero y, lo que es más hermoso todavía, de los ojos de un niño que miran al futuro y piden un poco de amor y de esperanza.

La ecología no puede no ser humanística. Necesita conocer y amar al hombre, a cada hombre. De este modo podremos proteger e, incluso, mejorar, algunos ecosistemas en los que se desarrolla nuestra vida terrena, y en la que vivirán, si así lo quiere Dios y lo permiten los hombres, las generaciones que vendrán en los siglos futuros.

La belleza sencilla



Todo el que escucha con apertura y serenidad un himno medieval como el “Veni creator spiritus” se pregunta espontáneamente qué es lo que tiene el canto gregoriano para entrar en lo profundo del alma y despertar sentimientos de paz, de piedad y anhelos de eternidad.

Lo complicado no es siempre lo más bello; muchas veces, lo sencillo es capaz de elevarse a cumbres inimaginables de belleza. Son las cumbres de una belleza que va más allá de lo material y de lo sensible; belleza austera, belleza pobre, belleza pura, que irrumpe casi percibirlo en lo más íntimo de nuestra alma.

Es precisamente esta pobreza del gregoriano la que permite a nuestro espíritu volar ligero y situarnos en un ambiente de eternidad idóneo para el contacto con Dios. Una pobreza que no es indigencia ni miseria, sino un estar desprovisto de toda carga superflua. Como las viejas catedrales románicas, carentes de exuberancia fantástica, pero poseedoras de un espíritu poderoso.

Así es el canto gregoriano, bello, sencillo, puro. Por eso San Agustín se sentía cautivado al escuchar en Milán las suaves melodías entonadas por el obispo Ambrosio; por algo Mozart decía emocionado que hubiera entregado todas sus obras con tal de haber podido plasmar su firma en algún prefacio gregoriano.

He aquí otra cualidad del gregoriano, la de no sofocar a la palabra con las cadenas de los tiempos y de los ritmos, sino de dejarla ser ella misma, espontánea, eficaz, ágil, capaz de desdoblarse en todos sus matices. Es entonces cuando la palabra rompe las cadenas del compás y la melodía se viste con alas de libertad para volar irrevocablemente tras los impulsos del espíritu. La melodía gregoriana, al ser tan espiritual, no necesita de los rígidos senderos de las partituras modernas: compases, ritmos fijos, tiempos medidos. No, el gregoriano no camina por estas rígidas veredas, sino que vuela espontáneamente y se deja llevar casi ciegamente por los dictados de una profunda fe artística.

Es así como imprime en el alma sentimientos de postración o de desbordante alegría como en el aleluya del domingo de resurrección. Es esa serenidad eterna de una misa de réquiem; es esa dulce tranquilidad de los salmos entonados durante la liturgia de las horas, melodías que recuerdan al alma que no es de aquí y que la arrebatan a la contemplación de lo infinito, sencillas melodías que dejan tras de sí un “bonus odor aeternitatis”.


El canto gregoriano nos desgarra del tiempo, permitiendo unir nuestras voces a la del admirable coro de fieles que, a través de la historia han cantado con las mismas palabras las misericordias del señor, transformando el canto en una realidad de amor, como diría san Agustín.

Mucho se puede decir de este divino arte, pero con frecuencia las palabras resultan torpes para expresar lo inenarrable; por esto es el silencio un elemento sustantivo de esta escuela, silencio que medita y que espera en lo infinito.





¡Vence el mal con el bien!

El amor se hace compromiso


Adviento. Jesús en Belén es una llamada de Dios para que nuestro corazón sea capaz de abrirse a Él, es una invitación de Dios al amor.
Todos hemos oído alguna vez estos versos del poeta español del Siglo de Oro:

“Qué tengo yo que mi amistad procuras.
Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de nieve
pasas las noches del invierno obscuras.
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí!”.

Dios ha querido hacerse hombre para ver si era capaz de conmovernos el corazón y así poder entrar en nuestra vida. Cristo toca el corazón de todos los hombres para que seamos capaces de abrirle, seamos capaces de escucharle, seamos capaces de amarle. Pero Cristo sólo entra en nuestra vida cuando nosotros se lo permitimos.

Jesús en Belén es una llamada de Dios para que nuestro corazón sea capaz de abrirse a Él, es una invitación de Dios al amor. Jesucristo en el pesebre no sólo nos invita a amar, también nos invita a comprometernos, porque cuando el ser humano ve a Dios hecho Hombre en una cuna, no puede dejar de hacerlo. Es tanto lo que Dios me ha amado, que ha querido llegar hasta el extremo de ser Él mismo objeto de compasión, de misericordia.

Ésta es la forma con la cual Dios llama a la puerta de cada ser humano. De manera que, sin coartar la propia libertad, al mismo tiempo pueda sacar de ella el amor que transforma. Porque solamente cuando el hombre es capaz de amar profunda y auténticamente a Dios, es capaz también de amar profunda y auténticamente a sus semejantes. Cuando un hombre no es capaz de amar a Dios, qué difícil es que sea capaz de amar a otro hombre. Si no soy capaz de sentir compasión de Dios que por mí se hace Hombre, ¿voy a poder sentirla por un hombre como yo?

Ahora bien, cuando la libertad no se orienta hacia el amor se hace egoísta; pero cuando la libertad se orienta hacia el amor se hace compromiso. Son los dos caminos que podemos seguir: egoísmo o compromiso. Sin embargo, tenemos que tener muy claro que cuando el hombre se orienta hacia el egoísmo, automáticamente deja de vivir, se encuentra muerto en vida. Su existencia es tremendamente triste, aunque haya hecho en su vida lo que pensaba que quería y debía hacer.

Si fuéramos capaces de romper con el egoísmo, al mismo tiempo romperíamos con muchas de nuestras opresiones internas, porque como dice el Papa Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor”.

El amor es un compromiso serio, claro y exigente. Por eso cada vez que eludo el compromiso, eludo el amor. Cuando no me comprometo, en el fondo, es que en mí hay egoísmo. Estas palabras pueden sonar muy fuertes, pero nos tiene que animar la certeza de que el hombre es la única creatura capaz de rescatar cualquier situación de su vida. No hay ninguna situación que no sea rescatable cuando en la persona humana hay esa voluntad, ese deseo.

El amor es, necesariamente, compromiso. Por eso Dios se compromete en su Hijo, se nos da en su Hijo, Dios se encarna en su Hijo. Porque el amor de Dios es compromiso, el nuestro también tiene que serlo. En primer lugar, compromiso con Dios; en segundo lugar, compromiso con los demás; y en tercer lugar, compromiso con nosotros mismos.

Nuestra libertad tiene que orientarse a eliminar todo egoísmo con nosotros mismos, que es muy difícil de lograr. Cuando empezamos a consentirnos, cuando empezamos a no ser exigentes con nosotros mismos es porque el amor dejó paso al egoísmo. Cuando tenemos miedo de dar pasos que nos van a llevar a una real transformación interior, el egoísmo nos está esclavizando. No nos queda otro camino, tenemos que elegir: nuestro compromiso puede ser como un adorno que se pone y se quita, o como una luz que se consume y se entrega.

No hay que olvidar que el compromiso auténtico tiene dos características: sinceridad y exigencia. Sólo cuando la persona es sincera y exigente con ella misma, es auténticamente comprometida, auténticamente amante y auténticamente libre. De esta misma manera, la verdadera Navidad es la que compromete, la que transforma, la que consume. Si queremos sanar nuestro corazón y los corazones de los que nos rodean tenemos que asumir un compromiso como el de Dios: serio, claro y fuerte. No nos queda otro camino más que el compromiso auténtico, sincero y exigente.

Lograrlo no es fácil, porque todos somos conscientes de que aunque nos digan las cosas, no las hacemos; aunque sepamos cómo llevarlas acabo, sólo hacemos aquellas que nos gustan. Sin embargo, en la medida que estemos dispuestos a hacer objeto de nuestro amor el compromiso, nuestro amor será auténtico, porque estaremos haciendo que nuestra vida se consuma dando luz.

¿Es así como estoy dispuesto a entrar a la Navidad? Recordemos que es tan sencillo como abrir una puerta…; tan comprometedor como dejar que entre el que está llamando. Tan simple como recibir a una persona en la casa…; tan comprometedor como dejar que esa persona sea Dios. Tan fácil como encender un cerillo…; tan comprometedor como dejar que se consuma. Tan sencillo como decir: “te amo”…; tan comprometedor como decirlo de corazón.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Modernos ataques contra la familia.



Debemos defender nuestras familias de los enemigos que intentan destruirla que, por muy grandes, poderosos y extendidos que sean, nunca podrán más que Dios.

Fuente: Ediciones del Instituto del Verbo Encarnado

La familia, en estos tiempos modernos, ha sufrido como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones de la sociedad y de la cultura. Algunas han permanecido fieles a los valores que fundamentan la familia; otras se han dejado ganar por la incertidumbre y el desánimo; otras caminan en la duda y en la ignorancia de su naturaleza y misión. La misión de la Iglesia, Madre no sólo de los individuos sino de las familias cristianas, a unos debe sostener, a otros iluminar y a los demás ayudar en su camino a tientas por este mundo, para conducirlos a la Luz de la Vida Eterna.

El siguiente libro nace de unas Conferencia pronunciada por el padre Carlos Miguel Buela I.V.E., en la Casa de Cultura de Salta, el 4-5-77, a invitación de un grupo de generosas familias salteñas.


Te invitamos a leer completo y si lo deseas, descargar a tu computadora, este interesante texto.

Modernos ataques contra la familia

INDICE

Presentación
Introducción

Ataques contra la Esencia del matrimonio:
- 1o Poligamia
- 2o Prostitución
- 3o "Matrimonio" de homosexuales
- 4o "Matrimonio" grupal
- 5o "Matrimonio" a prueba
- 6o "Matrimonio" laico

Ataques contra los Fines del matrimonio
- 1o La mujer y las relaciones prematrimoniales
- 2o Los hijos de padres separados
- 3o Separación de los fines del matrimonio

Ataques contra la Autoridad en la familia
- En los padres
- En los esposos
- En los hijos

Ataques contra la Natalidad
Paternidad responsable es un concepto que implica cuatro aspectos interrelacionados:
- 1o los procesos biológicos
- 2o las tendencias del instinto
- 3o las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales
- 4o el orden moral objetivo.

Ataques contra la Fecundidad y la acción del Demonio
Merece señalarse, finalmente, que Satanás, a través de los siglos, ha suscitado numerosas herejías -gnósticos, maniqueos, albigenses, cátaros, valdenses, laicistas, marxistas, etc.- que, en sus diversas variantes, atentaron y atentan contra la naturaleza del matrimonio, imputando como malo el uso fecundo del sexo.

Ataques contra el amor
El amor a Dios, fuente del amor familiar

Reflexiones Finales
En primer lugar, conocer, desenmascarar y refutar a los enemigos tradicionales de la familia católica:
- El laicismo
- El comunismo
- La masonería
- El indiferentismo religioso
- La vida licenciosa
- El deseo inmoderado de placer

Construir un mundo nuevo



Adviento. No permitamos que pase una Navidad más sin que en nuestro corazón se realice este camino de arrepentimiento y fe.
No cometerá maldades ni dirá mentiras; no hallará en su boca una lengua embustera. Permanecerán tranquilos y descansarán sin que nadie los moleste”.

El profeta Sofonías nos habla de un nuevo mundo, de una nueva humanidad que el Señor va a realizar. Este sueño de la nueva humanidad es una ilusión que el hombre ha tenido siempre muy dentro de su corazón. En especial es el anhelo de todos los hombres de nuestro tiempo, quizá porque como nunca antes, hemos podido ver la cantidad de miserias de las que el ser humano es capaz: el hambre, la guerra, la injusticia, la opulencia. Todos hemos estado buscando un mundo nuevo; éste ha sido el signo que ha abanderado prácticamente a todas las ideologías modernas: las filosofías de tipo comunista, las de tipo existencialista, las de tipo personalista.

Sin embargo, esta sed de un cambio choca una y otra vez con una misma realidad: la miseria y el egoísmo del hombre, que sólo nos llevan a la desesperación y a la desilusión. Basta ver la prensa para poder decir: ¿No tendríamos más motivos para desilusionarnos que para animarnos por la búsqueda de este mundo nuevo? Y así vemos cómo muchas personas que toman el camino de conseguir o buscar un mundo nuevo, el que acaban por seguir es el de la separación, del aislamiento, de la indiferencia. ¿Acaso la condición humana está reñida con la posibilidad de un mundo sin envidias, sin engaños, sin mentiras? ¿Dónde está este mundo? ¿Existe en alguna parte?

Cristo, en el Evangelio, nos habla de dos tipos de personas. Unos, los que se creen justos, que piensan que tienen todas las soluciones en las manos, pero que son invitados a trabajar en la viña de Dios y no van. Otros, los que caen, los que tienen debilidades y miserias, pero que se arrepienten y van. Éstos últimos, ayudados con la gracia de Dios, son los que construyen un mundo nuevo. Y son capaces de hacerlo porque han sabido encontrar el lugar donde está este mundo nuevo: en el propio corazón redimido por Cristo. Ahí está el mundo nuevo que Cristo nos da; ahí está la nueva humanidad que el Señor viene a realizar. Y lo hace de una forma muy especial a través de su Carne y su Sangre. Cristo Hombre, y al mismo tiempo Dios, se convierte para nosotros en la garantía de que ese mundo nuevo se puede construir en el corazón del ser humano.

Obviamente que este mundo nuevo no va a ser simplemente circunstancias de tipo social externo, sino que esas circunstancias sociales van a ser la consecuencia de este mundo nuevo. El mundo nuevo no va a ser algo que se produce por fuera con el trabajo de los hombres, sino que sólo es posible producirlo con la conversión de los corazones, que es el principal mensaje de Adviento: el hombre que espera a Dios en su corazón.

El día 24 de Diciembre por la noche, cuando la Iglesia celebre la liturgia de la Misa de Navidad, Cristo no va a aparecer de nuevo en un pesebre adorado por pastores, sin embargo, Jesús sí tiene que venir de nuevo a cada uno de nuestros corazones, porque es ahí donde Él quiere nacer.

El reto que el Adviento y la Navidad nos plantean es el dar a Cristo la posibilidad auténtica de que nazca en nuestro interior, aunque veamos a nuestro alrededor las cosas iguales o peores, a pesar de que en nuestro interior existan sentimientos de desánimo, de obscuridad o de desaliento. Que Cristo nazca en nuestros corazones es permitir en nuestra vida un mundo nuevo, y realizar este sueño está en nuestras manos.

Dirá Jesús en el Evangelio de San Mateo: “[…] ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”. Es decir, la clave está en arrepentirse y en creer. Únicamente un alma arrepentida, un corazón con fe puede recibir a Cristo en Navidad. Cuando nos decidimos a poner nuestra vida en Cristo, lo que implica arrepentirse, cambiar y creer en el Señor, puede Él nacer en nuestro corazón. No olvidemos que lograrlo depende de nuestra libertad, de que escuchemos y sigamos la voz de Dios, independientemente de las circunstancias interiores y exteriores que haya en mi persona o en mi ambiente. Lo importante es ir a trabajar a la Viña, arrepintiéndose y creyendo en Dios.

No permitamos que pase una Navidad más sin que en nuestro corazón se realice este camino de arrepentimiento y fe en Nuestro Señor. El año que viene Dios nos dará otras luces, otros caminos, otras circunstancias, pero en este momento tenemos que poner con mucha sinceridad ante Jesucristo todo lo que han sido para nosotros estos 12 meses, todo el trabajo que en la Viña hemos ido realizando, el camino que cada uno llevó a cabo: sus situaciones personales, sus dudas, sus luchas, así como también sus triunfos y los momentos en los que la alegría resonaba en su corazón, para que el Señor pueda tomarlos y construir con ellos el mundo nuevo que todos anhelamos.

sábado, 12 de diciembre de 2009

La Guadalupana



Tenemos miedo de tantas cosas, la enfermedad, falta de dinero, que nos roben, miedo al futuro. Pero Ella nos dece: “No temas…"
El nombre más repetido en las mujeres mexicanas es el de GUADALUPE. Por eso muchas celebran su santo el 12 de Diciembre, fecha en que una mujer vestida de princesa, se le apareció a un natural de esta tierra, a Juan Diego, en la Colina del Tepeyac.

Santa María de Guadalupe es el nombre de la celestial Señora. Ella pidió que se construyera un templo, y el templo se construyó. Más aún, hace algunos años se construyó un nuevo santuario más grande y moderno para dar cabida a un número mayor de peregrinos.

Hoy se encuentran muchísimos templos en todo México dedicados a la Virgen de Guadalupe. Casi todas las ciudades tienen el suyo.

¿Para qué pidió un templo? Para que todos nos sintiéramos en su casa cuando fuéramos allí a rezar, para poder decir a cada habitante de nuestro país las mismas palabras que dirigió a Juan Diego: “No temas, ¿no esto yo aquí que soy tu Madre?”

Hermosas palabras que nos quiere decir a cada uno todos los días, pero sobre todo en esos días amargos, días de dolor y desesperanza.

“No temas, ¿no esto yo aquí que soy tu Madre?…” Tenemos miedo de tantas cosas, miedo de perder la salud, el dinero, a que nos roben, miedo al futuro. Existe mucho miedo en el ambiente. “No temas…”, nos dice Ella.

El 12 de Diciembre hasta los más duros se ablandan, van de rodillas ante la Guadalupana.

Santos y pecadores, borrachos y mujeriegos, quizá hasta le juren a la Virgencita que van a cambiar para siempre, y al día siguiente vuelven a ser los mismos. Pero hicieron el intento, y cualquier intento es bueno. Ella se los toma en cuenta. Después de tantos intentos fallidos, basta que uno de esos esfuerzos de resultado.

Yo me pregunto si México sería el mismo si no hubiera intervenido en su historia la Reina del Cielo.

Me impresiona que los mismos inicios de México como nación, interviniera tan amorosamente esa Persona a quién con santo orgullo se le llama “Reina de México”.

En aquel momento era necesaria la ayuda y protección de la Madre de Dios. Hoy es mucho más necesaria. Los males de México son tantos y tan duros que se necesita la ayuda del cielo para remediarlos. Creo que no bastan los buenos políticos y los buenos economistas.

¡Reza, México, a tu Reina!, para que puedas ser liberado de este naufragio. Esa Reina no ha devaluado su amor a México ni a los mexicanos, hoy los quiere como entonces, pero se necesitan millones de manos alzadas al cielo, millones de rodillas que toquen la tierra rezando, millones de lenguas y corazones que unan su voz y su amor en una oración gigantesca y sonora a la Reina de México, para que venga a auxiliarnos en esta hora difícil.

Para los que tienen fe, hay un faro de esperanza en la Colina del Tepeyac que se llama Santa María de Guadalupe.

El tesoro más rico que México y el mundo entero tiene es una tilma sencilla donde la Madre de Dios se pintó a sí misma para que al contemplarla oyéramos todos su dulce mensaje: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”


ROSAS EN EL TEPEYAC

Las veo en la ladera del bosque;
son grandes, muy variadas:
Todas llevan en su cáliz
perlas del rocío de la noche.

Las ha plantado una mano celestial.
La Madre de Dios tiene preferencia
por las rosas de Castilla, le gustan las rosas.

En su jardín del cielo
debe haber plantado rosas a granel,
y deben muchos ángeles cuidarlas con primor.
Son las rosas de la Madre del Señor.

“Rosas en mi jardín no hay ya,
todas han muerto”, diría un día el poeta.
¡Qué tragedia! Mustios pétalos por el suelo
es todo lo que queda de la gloria de las rosas.

Habrá que pedirle a la dueña del Tepeyac
algunos retoños de rosal
de los que plantó en la colina
para plantarlos en el jardín.

Esos rosales siempre ostentan rosas,
son frescas y hermosas;
nunca se marchitan porque son de Ella.

La imagen de Guadalupe
está pintada con pétalos de rosa,
con rocío de la noche, con amor materno.

No importa que el lienzo sea lo más pobre,
porque esa tilma recoge la obra maestra
que un pincel grabó en ella.

¿Un serafín? ¿Sabía pintura la Virgen?
Los de brocha de aquí abajo
no aciertan a descifrar
con qué arte de dibujo
fue impresa tan magnífica pintura
en una tela tan pobre.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Ya te falta poco para nacer



Es el momento de pensar, de "bucear" en nuestro interior para ver si nos hace falta cambiar nuestro modo de ser, cambiar nuestra vida… para poder "regalarle" algo al Hijo de Dios.
¡YA TE FALTA POCO PARA QUE APAREZCAS…. OH, SEÑOR DE LA HISTORIA!

En la mitad del ADVIENTO… ¿Cómo estás nuestros caminos?

Todos sabemos que falta poco para que llegue la Navidad….y ahí andamos corriendo, hasta hemos hecho una lista para que no se nos olviden las "cosas" que tenemos que hacer, regalos, alimentos para la cena de Nochebuena o la comida de Navidad…. ¡y los turrones!, ah, eso si no nos pueden faltar y los vinos….otra cosa importante para brindar….

Cada quién, según sus posibilidades, trataremos que esa noche o día, se pueda celebrar lo mejor posible y sobre todo, si es que llega a ser en nuestra casa, quedar con el mejor de los éxitos….

Todo esto está muy bien, pero…. ¿Cómo están nuestros caminos? Los "caminos" de nuestro interior, los "caminos" de nuestro corazón….

Hace muchísimos años, Juan, comenzó a predicar la penitencia, un bautismo para el perdón de los pecados y su arrepentimiento, es tiempo de mortificación por eso vemos que los sacerdotes visten de color morado al celebrar la misa, y todavía muchos miles de años antes, podemos leer al profeta Isaías: "Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios".

Es ahora cuando ha llegado nuestro tiempo… ¿Cómo preparamos esos "caminos"… sin allanar las crestas de nuestra soberbia, de nuestra altanería… sin poner rectos nuestros deseos de ambición cambiándolos por generosidad, sin suavizar esa aspereza pidiendo perdón o dándolo con un gesto de amor….?

Es el momento de pensar, de "bucear" en nuestro interior para ver si nos hace falta cambiar nuestro modo de ser, cambiar nuestra vida… para poder ofrecer "algo", para poder "regalarle" algo al Hijo de Dios que ya no tarda en llegar, que ya no tarda en aparecer en nuestra Historia, siendo El el Señor y Dueño de la misma, y sin embargo
lo vamos a ver naciendo en la más profunda humildad y solo ý únicamente por amor.

Es tiempo de regalar. y de recibir regalos…, todo está bien.

Pero El solo vino a buscar mi corazón para que lo ame…. ¿se lo daré?……

Una melodía



La novena sinfonía de Beethoven es una de las pocas composiciones de música clásica que se ha hecho popular en todos los niveles. ¿A quién no le suena familiar el Himno a la Alegría? Esta melodía que nos parece tan armónica y atinada, está precedida por un caos, donde muchos instrumentos irrumpen sin ton ni son, como preguntando: ¿hay alguien que me muestre el camino?

Durante mucho tiempo invade un tropel de sonidos, hasta que, rendidos, se callan. En ese momento una tenue voz marca una melodía: el Himno a la Alegría. A ella se irán sumando cada vez más voces. Así nos hace sentir el autor en la antesala del cielo.

Nuestro mundo es como ese caos azotado por la soberbia y las pasiones que quieren alejar al hombre de Dios. Pero en este mundo, Dios hace sentir una voz que, aunque sea tenue, se abre paso en los corazones donde la tierra está dispuesta. Con frecuencia la escuchamos en las calles, en las parroquias, a veces incluso en televisión. Esa voz tenue es la voz del sacerdote.

La Biblia nos ofrece varios ejemplos donde un instrumento musical, con frecuencia la cítara o el arpa, representa la imagen de ese hombre que es instrumento de Dios, que hace sonar una melodía agradable a Él. Simboliza a ese hombre que se presta a Él para colaborar en su obra. Este el caso del libro de los salmos, donde encontramos esta cita: “cantad a Yahveh en acción de gracias, salmodiad la cítara para nuestro Dios”. El sacerdote es también ese instrumento del que Dios quiere servirse para invitar a todos los hombres a participar libremente en esta gloriosa composición que le llena el corazón de alegría.

Las personas lo juzgan cada uno según su edad, sexo y posición: desde obreros hasta políticos, hombres y mujeres. Para algunos será una fuerte llamada a su conciencia; para otros su presencia les cuestionará el camino elegido; para los más viejos podrá ser una exigencia antes de encontrarse con Dios y quedarse con Él o perderlo para siempre.

Aunque en ocasiones nos resulte incómoda su presencia, nadie quiere alejarse del todo. Él nos recuerda un algo sobrenatural que está dentro de cada uno de nosotros y que nos invita a convertir nuestra vida para dirigirnos a Dios. El Santo Padre Benedicto XVI en el inicio de este Año Sacerdotal ha querido presentarnos esta frase del Cura de Ars: “Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para ustedes”.

¡Qué verdad es esto! La presencia de un sacerdote nos invita a no perdernos del todo en los ajetreos estresantes del mundo. Sobre todo cuando nos encontramos con su imagen sencilla y desprovista de la vanidad y apariencia con la que a veces nos los presentan algunos medios de comunicación. Al verle nos acordamos que, como hombres, no valemos por la cantidad de atuendos que colorean nuestra imagen, sino por la idea que Dios tiene de cada uno de nosotros.

Este año es una invitación para sentirnos cerca nuestros sacerdotes. Son ellos el grano de trigo del evangelio que debe morir día a día, para ganar gracias de salvación para sus almas encomendadas; para sus noventa y nueve ovejas, pero también para su oveja perdida.

Que ninguno sea sordo a esta llamada. Cada encuentro con un sacerdote puede estar lleno de significado, de un nuevo propósito en la fe y de la alegría de sentirnos parte de la Iglesia. El corazón de todo hombre tiene necesidad de escuchar esa melodía divina a la que somos invitados a participar por medio del sacerdote. Él nos recuerda que nuestra vida tiene un fin más alto, más sublime, más espiritual: Dios mismo.





¡Vence el mal con el bien!

El servicio es gratuito

La misión de ser precursor



Juan Bautista aparece en el Evangelio como la figura del hombre que precede a Cristo. Y no cabe duda que la misión de Juan Bautista, la misión de preparar el camino del Redentor, la misión de precursor se encaja en su vida como algo que él tiene que vivir, que tiene que aceptar.

La vocación de Juan Bautista no se da simplemente por el hecho de que Dios llama a su vida; también se da, se cuaja, se fecunda, se madura porque, con su libertad, Juan Bautista acepta esta misión. Ya su padre Zacarías había hablado de su misión cuando Juan es llevado a circuncidar. Zacarías dice que ese niño “será llamado Profeta del Altísimo porque irá delante del Señor a preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados”.

Esta es la misión del precursor, ser el hombre que va delante del Señor, que prepara sus caminos y que anuncia el gran don que es el perdón de los pecados. Lo que hace grande a Juan es que la misión que Dios le propone, él la lleva a cabo. Y el hecho de que sea el precursor, de alguna manera, se convierte para Juan Bautista no sólo en un motivo de gloria para él, sino que también se convierte en el modo en el que él llega a nuestras vidas.

También en cada uno de nosotros se realiza una misión semejante. En cierto sentido, cada uno de nosotros es un precursor, es un hombre o una mujer que va delante en el camino de la Redención. Todos estamos llamados, al igual que Juan Bautista, a realizar, a llevar a cabo nuestra misión.

¿Hasta qué punto valoramos la misión que se nos encomienda? ¿Sabemos apreciar el don que hemos recibido? Un don que, como dirá Zacarías, no es otra cosa sino “el Sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. Ese es el don que recibimos, el don que Cristo viene a traer.

Pero, el don que Cristo viene a traer, lo trae a través de otras personas, a través de precursores. ¿Yo valoro el don de Cristo, el don que yo puedo dar a mis hermanos? ¿Me doy cuenta de la inmensa riqueza que supone para mi vida, pero también la inmensa riqueza que supone para los demás? Cuántos hombres como dirá también Zacarías viven en manos de sus enemigos y en manos de todos los que los aborrecen. Cuántos hombres y mujeres son atacados, denigrados, humillados, hundidos, manipulados.

Y sin embargo, la misericordia de Dios tiene que llegar a sus vidas. Pero ¿cómo va a llegar si no hay nadie que lo proclame, si no hay nadie que vaya delante del Señor para preparar sus caminos y anunciar a su pueblo la salvación? ¿Cuántos corazones no podrán encontrarse con Cristo en esta Navidad?

En estos días en que nos estamos preparando de una forma más intensa para el Nacimiento de Nuestro Señor, tendríamos que preguntarnos ¿cuántos corazones, por mi omisión, por mi falta de delicadeza, por mi falta de preocupación, quedarán sin encontrarse con Dios? ¿Cuántos corazones en las familias, cuántos corazones en el ambiente, cuántos corazones en el ámbito laboral y social no van a saber que Cristo nace para ellos y por ellos? ¿No va a haber nadie que se los enseñe, no va a haber nadie que les predique el camino de la Salvación?

¿Podremos ser tan egoístas como para cerrar el conocimiento de la salvación a los demás? Nuestro corazón no puede pensar tanto en sí mismo como para olvidarse del don que tiene para dárselo a otro. Es una tarea que tenemos que hacer; pero no la podemos hacer si no valoramos primero el don que podemos tener en nuestras manos, si no somos nosotros los que acogemos, los que recibimos el don de Dios. Un don que tiene que vivirse, que tiene que manifestarse, de una manera muy especial, a través de nuestro testimonio de vida; un don que no es tanto la teoría y consejos que podemos decir a los demás, sino sobre todo, lo que nosotros estamos haciendo con nuestra vida.

¡De qué poco nos serviría decir que valoramos mucho el don de Cristo que viene en esta Navidad si no lo transmitiéramos, si no lo diéramos a los demás! ¡De qué poco serviría que dijéramos que queremos ser estos profetas del Altísimo que van delante del Señor para preparar sus caminos, si nuestra vida no se transforma, si nuestra vida no recibe esa visita de Dios, si nuestra vida no quiere ser recibida por Cristo nuestro Señor! No se puede, es imposible. Antes que redimir a otros, hay que redimir mi corazón, hay que cambiar mis actitudes, hay que cambiar mi comportamiento. Tengo que ser el primer redimido. Tengo que redimir mi corazón, tengo que cambiar mis actitudes, tengo que ser el primero que acepta a Cristo como el que me salva de mis pecados, como el que me salva de mis fragilidades.

Dice Zacarías: “[Dios], desde antiguo, había anunciado, por boca de sus santos profetas: que nos salvaría de nuestros enemigos, de las manos de todos los que nos aborrecen […]”. ¿Cómo se podrá hacer eso? ¿Se podrá hacer sin un cambio en mi corazón? ¿Se podrá hacer sin un trabajo sistemático en las virtudes cristianas? ¿Se podrá hacer sin el testimonio de caridad, justicia y fortaleza? ¡Es imposible! Cristo necesita de nosotros para poder llegar a los demás. ¿Estaremos dispuestos a ser nosotros ese precursor de Cristo entre los hombres?

En el himno con el cual Zacarías celebra el nacimiento de su hijo, sobre todo, de su misión, termina diciendo: “Dios va a guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. La paz que todos buscamos y necesitamos. ¿Cuántas inquietudes, cuántos nudos no resueltos, cuántos problemas sin concluir hay para nosotros en esta Navidad? Cada uno de nosotros debería decirse a sí mismo: ¿Qué voy a hacer, cuál es el cambio que yo voy a dar, cómo voy a hacer para que mi vida, en esta Navidad, se acerque más al Señor?

A lo mejor, tendremos que aprender a perdonar y sembrar así el perdón en los demás. Pero para lograr esto tenemos que aceptar el que nosotros también nos hemos equivocado, o tenemos que aceptar dar el primer paso para tender la mano, porque sin duda ese camino de la paz no se podrá llevar con plenitud y verdad, mientras nosotros no aceptemos con plenitud y verdad el plan de Dios sobre nuestra vida.

¿Por qué seguirme escondiendo del plan de Dios? ¿Por qué seguirle dando vueltas a lo que Dios me está pidiendo? ¿Acaso no lo he oído? ¿Acaso no se me ha proclamado, con mucha frecuencia, este plan de Dios?

Jesús en el Evangelio dice: “El que tenga oídos para oír, que oiga”, que es una forma hebrea de decir que quien esté dispuesto, quien quiera, que escuche mi palabra. Pero hay una cosa muy clara, ninguno de nosotros entrará en el camino de la paz que Zacarías profetiza cuando ve a su hijo, si no somos capaces de oír lo que Dios nos pide, el cambio concreto que Dios pide a cada uno.

Que la Navidad nos conceda ver surgir en nuestras vidas el Sol que nace de lo alto. Ese Sol que ilumina nuestras sombras particulares: nuestras sombras en la familia, nuestras sombras en nuestro ambiente, nuestras sombras en nuestra vida espiritual. Que Dios nos otorgue en esta Navidad que ese Sol que nace de lo alto pueda como dice Zacarías, guiar nuestros pasos por el camino de la paz auténtica, que no es otra cosa que nuestro Redentor. Que el camino de la paz sea para nosotros la fidelidad y el seguimiento del camino de Cristo.